Dourojeanni Opina

[Opinión] Recordando a Alfredo Novoa Peña, un empresario con visión ambientalista

Marc Dourojeanni, Alfredo Novoa y Manuel Ríos, fundadores de Pronaturaleza.

Escribe Marc J. Dourojeanni / Profesor Emérito de la Universidad Agraria La Molina

 

Tengo la costumbre de escribir algo en homenaje o en memoria de los amigos que pierden la vida y que, además, son personajes de la historia ambiental. No es solamente por cariño, respeto u admiración. Es porque considero eso un deber. Es preciso que la sociedad sepa lo tanto que algunos y algunas hicieron por todos y por los que vendrán. Cuando repentinamente murió Alfredo Novoa Peña, que reúne las dos condiciones y algunas más, no atiné a escribir. No es porque yo dudase de mi aprecio o de mi respeto por él, ni de sus méritos. Al contrario. Creo que fue la forma y el momento en que eso ocurrió. Una muerte absolutamente no anunciada, brutalmente repentina que ni siquiera se disimuló como accidente. Un momento difícil en mi vida al vaivén de la pandemia y de otros problemas. Pero eso no importa. Hoy amanecí pensando en Alfredo Novoa.

Creo que conocí a Alfredo cuando él era presidente del directorio de Siderperú. A mediados de los años 1970 yo era el director general forestal del Ministerio de Agricultura y, entre mis funciones, estaba el tema de las plantaciones forestales. Siderperú necesitaba carbón y, debido a la carencia de madera y de otras fuentes, esa era una preocupación permanente de la siderurgia nacional. Recuerdo haber visitado con él la planta industrial de Chimbote y de haberle explicado nuestros planes de reforestación que, por entonces, coincidentemente tenían un foco en Cajamarca donde, con la cooperación técnica de Bélgica habíamos iniciado las plantaciones de Porcón. Estábamos, además, desarrollando un estudio de factibilidad para un ambicioso programa de plantaciones forestales industriales en el norte del Perú. Eso era exactamente lo que Novoa procuraba para Siderperú. Lamentablemente, como suele ocurrir, después de discutir varias formas en que la industria colabore con el ministerio para impulsar la reforestación, Novoa fue sustituido en el cargo y el proyecto de plantaciones, aunque fue concluido, nunca fue financiado. En cambio, Porcón siguió adelante, transformándose en el gran éxito forestal que sigue siendo. Mi amistad con Novoa también continuó, más aún porque después descubrimos que vivíamos en el mismo barrio y que nuestros hijos, de las mismas edades, compartían las aulas.

En el resto de esa década supongo que nos encontramos algunas veces. Él andaba metido en sus aventuras empresariales entre las que estuvo la primera industria de computadoras nacionales. Pero él, quizá en base a nuestras conversaciones, había mordido el anzuelo ambiental. Por eso, cuando en 1982 Carlos Ponce, Manuel Ríos y yo comenzamos el proceso para crear la Fundación Peruana para la Conservación de la Naturaleza, para ayudar a resolver los problemas dejados por el descuido del sector público, no tuvimos duda en invitar a Alfredo Novoa como uno de los miembros representativos del sector empresarial. Él no solamente aceptó, sino que se embarcó en la tarea con un entusiasmo y dedicación admirables.

La fundación fue efectivamente creada en 1984. Novoa formó parte de la primera junta de administración, de la que nunca dejó de ser uno de sus miembros, ejerciendo varias veces la vicepresidencia. Pero eso es apenas lo formal. En realidad, él tuvo un rol fundamental para la institución, vinculando la tarea de conservar la naturaleza con el sector empresarial nacional obteniendo la atención y la colaboración de grandes personajes de las empresas privadas y de las finanzas. Permitió la integración a la junta de administración y al consejo económico de personalidades por entonces famosas como Walter Piazza, Alfredo Graf, Guido Pennano, Manuel Ulloa, Manuel Moreira y, más tarde, a muchos más como José Chlimper, Jesús Zamora, Ismael Benavides y Enrique Agois, entre muchos otros que representaban a las grandes empresas, a la banca o a la política económica nacional. Ahondando en su propósito de colocar el ambiente en el pleno del debate sobre desarrollo económico y empresarial nacional, Novoa consiguió incluir este tema en las conferencias anuales de ejecutivos, siendo la primera en la edición de Huaraz, en 1986, reiterada un año después en Iquitos. La presentación de la problemática ambiental al mundo empresarial en la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) de 1986 fue un rotundo éxito y, desde entonces, este tema ha estado presente en prácticamente todas las conferencias de ejecutivos del Perú. Como decano (1988-2001) de la Escuela Nacional de Administración de Negocios (ESAN), el persistente Novoa incluyó ambientalistas en el consejo y además promovió que la política ambiental sea gradualmente introducida como tema académico y de investigación, lo que ahora es de rigor. Su entusiasmo anticipó la entrada del tema ambiental a ámbitos en los que los profesionales ambientales hubieran llegado solo mucho más tarde y con gran dificultad.

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Visita de los Novoa y Dourojeanni al Manu en 1987.

A lo largo de cuatro décadas, exceptuando el periodo en que fue embajador del Perú en Alemania, Novoa no faltó a ninguna de las sesiones de la junta de administración y nunca dejó de ser el más activo de sus miembros, proponiendo mil y una alternativa para hacer las cosas mejor, obtener más recursos y, en especial, lanzando nuevas propuestas. A él se deben muchos de los ya largos arreglos de colaboración de la fundación con empresas privadas, entre ellas las mineras, que han permitido que estas abran los ojos a la necesidad de llevar en serio la problemática ambiental y de guardar relaciones cordiales y, en especial más justas, con la sociedad rural de su entorno. Ese fue el camino que llevó Pronaturaleza a organizar los primeros, más ambiciosos y duraderos programas de monitoreo ambiental indígena en operaciones petroleras amazónicas, que han sido especialmente importantes y fructíferas en el caso del Proyecto Gas de Camisea. De otra parte, Novoa no se limitó a ser un miembro de la junta de administración. Siempre que necesario, él dedicó tiempo y esfuerzo para brindar, personalmente, aulas de gerenciamiento, planeamiento y otras que su mente prolífica creaba y consideraba necesarias de ser bien entendidas y aplicadas por el personal de la fundación. También, con el permanente y paciente apoyo de su esposa, Patricia, organizó muchos eventos sociales destinados a dar a conocer las actividades de la fundación con donantes potenciales extranjeros y peruanos. Fue un dirigente extremamente proactivo, siempre presente.

Novoa era un ingeniero mecánico electricista, graduado en la Universidad Nacional de Ingeniería y tenía estudios de posgrado en administración de empresas obtenidos en grandes escuelas y universidades de Francia (INSEAD), Alemania (Darmstadt) y EE. UU. (Harvard). Nada en su formación ni en su orientación profesional presagiaba un interés particular por el ambiente. Pero existía y yo quería que eso se consolide con una experiencia práctica, visitando áreas naturales protegidas. Es así como decidimos llevar nuestros seis hijos adolescentes a conocer el Parque Nacional del Manu. En esa época, mediados de los años 1980, eso no era fácil. No existía turismo ni las facilidades del caso y, en el propio parque solo habría un puñado de guardaparques en instalaciones precarias. Funcionaba, eso sí, la Estación Ecológica de Cocha Cashu, que la Universidad Nacional Agraria de La Molina había construido dos décadas antes y en ella se encontraban un grupo de investigadores. Alquilamos una camioneta y una embarcación y contratamos el personal para el viaje. Compramos las provisiones en el Cusco y bajamos hasta donde era posible embarcarse y bajar por el río Alto Madre de Dios para luego surcar por el río Manu. Novoa y sus tres hijos nunca habían vivido la experiencia de enfrentar casi dos semanas de viaje sin usar pijama ni dormir en una cama, menos aún sin disponer de baño, es decir durmiendo a la luz de las estrellas en playas de arena y a veces de piedra, o directamente encima del piso duro de una cabaña, apenas con un mosquitero para defenderse de las nubes de insectos. Tampoco estaban acostumbrados a la comida elemental de esos viajes ni, mucho menos, a caminar en el bosque o a pasar hora tras horas en una canoa estrecha bajo un sol impiedoso o enfrentando la lluvia en la cara. No disponíamos de equipo de radio y ni siquiera teníamos suero antiofídico. De haber ocurrido un accidente deberíamos haber viajado algunos días para volver a la civilización. Pero allí fuimos. La inmersión amazónica fue total y el viaje fue un éxito. Después, Novoa y yo pensamos que, con la licencia de nuestras esposas, quizá habíamos exagerado la imprudencia. Pero no nos arrepentimos.

[Ver además ► [Opinión] Una ley para formalizar la carrera de guardaparque]

No quería dejar pasar más tiempo sin escribir esta nota sobre Alfredo Novoa Peña, el empresario que comprendió, diez años antes de que Stephan Schmidheiny iniciara el proceso que ahora se conoce como el World Business Council for Sustainable Development, la enorme responsabilidad que las empresas tienen sobre el futuro ambiental de las naciones y que actuó, decididamente, para que eso ocurra en el Perú. En esa época ese tema era apenas conocido y practicado por pocos empresarios de turismo ecológico. Pero Novoa puso el tema en la mesa y en la mente de todos los empresarios. En su condición de empresario concernido él representó al Perú en el directorio de The Nature Conservancy, una de las mayores organizaciones no gubernamentales ambientalistas del mundo y, también, creó la Asociación Peruana de Energías Renovables, tema importante al que dedicó muchos de sus esfuerzos durante la última década, buscando opciones de energía eólica, solar y de biomasa para sustituir las convencionales, que él conocía bien dado, por ejemplo, su participación en la central hidroeléctrica de Machu Picchu. Novoa era un patriota. Hijo de uno de los héroes de la guerra del 41, heredó un entrañable amor por su país, que tradujo en acciones para la paz, para la construcción nacional, tema al que dedicó muchos de sus pensamientos y proposiciones.

Novoa era una verdadera máquina de lanzar ideas, propuestas, proyectos y, en algunos casos sin pensar demasiado, se lanzaba a ponerlas en práctica. Y, claro, a veces, los resultados no eran los esperados. Así se ganó algunos críticos y también muchas honras, como el doctorado honoris causa que le otorgó su alma mater. Otras veces él exasperaba a sus interlocutores que trataban de regresarlo a la realidad. Pero así es la genialidad y, lo que todos recordarán de él, será precisamente eso. Sus visiones de un futuro mejor y la forma en que consiguió aplicar tantas de ellas, como lo hizo convenciendo a gran parte del empresariado nacional a asumir sus responsabilidades ambientales y con Pronaturaleza, a la que con enorme generosidad ayudó durante tanto tiempo.

Solamente puedo concluir esta nota diciendo que, ojalá, el Perú tenga muchos empresarios más como él.

 



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