Escribe: Marc Dourojeanni / Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina
Los menonitas son una secta religiosa católica protestante que pregona y practica una interpretación de la Biblia que se traduce en una vida simple y muy apegada a la tierra. Ellos, por sus creencias, no constituyen un problema. Al contrario, son simpáticos, pacíficos y discretos y nada de lo que ellos creen perjudica a los demás. El problema es que, aunque visten y en apariencia viven simplemente, sin acumulación de riqueza ni poses superfluas, ellos son agricultores muy eficientes que usan tecnología convencional moderna. Por eso, dependiendo de donde se instalan, sus actividades pueden ser altamente impactantes en el ambiente. Y, por diversos motivos, ellos suelen asentarse en tierras cubiertas de bosques. Su primera acción en esos lugares es eliminar los árboles, aprovechar la madera y transformar el lugar en un paisaje agrícola muy parecido al que sus ancestros practicaban antes de salir de Europa. Eso, que hasta medio siglo atrás, era por muchos considerado un hecho positivo, es ahora un problema crecientemente serio ya que, en toda América del Sur, la deforestación y la contaminación han superado el límite de lo tolerable para el bienestar de la humanidad.
El tema de los asentamientos menonitas es relativamente nuevo en el Perú y en la Amazonía, pero es bien conocido en varios otros países y biomas de América Latina, y es especialmente crítico en México, Paraguay, Bolivia y Centroamérica, debido a los impactos ambientales que ocasionan y por la relativa impunidad con que estos se cometen. En esta nota se revisan esos problemas y se detalla lo que está ocurriendo en América del Sur, especialmente en la Amazonía peruana donde los menonitas operan desde 2016, caso en el que ya deforestaron de más de 3400 hectáreas de bosque natural, aparentemente en abierta violación de la legislación vigente.
Menonitas en América Latina
La historia de los menonitas comenzó en 1523 en la Suiza germánica, cuando un sacerdote católico inició una reforma que se dispersó y consolidó rápidamente en el Sacro Imperio Germánico. A partir de 1529 esos disidentes pasaron a ser perseguidos y martirizados. En 1536 el sacerdote católico Menno Simons, influyente contestatario, también rompió con la Iglesia Católica y se unió a ellos, por entonces más conocidos como anabaptistas, por la forma poco ortodoxa en que adoptaron ese sacramento. Menno, a pesar de la persecución, tuvo éxito en divulgar las nuevas creencias las que se propagaron especialmente a Holanda y Polonia, y luego a otros países del este europeo, pasando a ser conocidos como menonitas. En 1683 se produjo la primera emigración menonita a Pennsylvania, que era parte de las colonias inglesas en América. Esas migraciones continuaron durante el siglo XVIII. La vida de los que se quedaron en Europa era cada vez más dura, especialmente en Prusia, de tal modo que, en 1788, a convite de la emperatriz Catalina la Grande, ellos emigraron a Rusia con varias ventajas, entre ellas la pose de tierras. Con los cambios políticos en Rusia esos beneficios fueron mermados por lo que se intensificó la migración a Norte América, inclusive al Canadá (1873). La primera colonia agrícola menonita en América Latina fue en Argentina, en 1877. En términos de prácticas religiosas y en función de sus orígenes los menonitas se han subdividido en diversos grupos, pero mantienen bastante cohesión.
En el Siglo XX, la revolución bolchevique y las matanzas estalinistas obligaron a muchos menonitas a huir de Rusia. Entre 1920 y 1930 parte de ellos fueron a Canadá, y también a México (1922) y Paraguay (1930). La Segunda Guerra Mundial trajo más persecuciones para ellos, por lo que se produjeron nuevas migraciones a EE.UU., Canadá, Belice y México. En 1945 llegó otra ola de refugiados, que se instalaron en Uruguay, Brasil y Paraguay. Muchos países latinoamericanos invitaron, facilitaron y hasta financiaron (México, por ejemplo) la venida de contingentes de menonitas a desbravar tierras “vírgenes” o “desocupadas sin uso”, es decir, espacios naturales, en general bosques, que les fueron dados en propiedad, entre otros privilegios, muchas veces previamente acordados mediante convenios. La idea detrás de esa generosidad fue, en general, ocupar territorios considerados subutilizados o supuestamente codiciados por otros países, promover el crecimiento económico, mostrar a la población local el ejemplo de un “buen uso de la tierra” (Goosen, 2016) y, sin duda, también estaba latente el objetivo de “mejorar la raza” trayendo personas blancas, idea que era tan común en el Perú (Gallirgos, 2015) como en otros países de la región hasta mediados del siglo pasado. En las últimas décadas se han acelerado los movimientos migratorios menonitas, a veces entre países de la región, en función de los cambios políticos y de la disponibilidad de tierras, siendo evidente un movimiento muy reciente hacía Perú (Servindi, 2019; Praeli, 2020) y Colombia (Betancourt, 2018).
En 2015, según fuentes menonitas (GAMEO, 2015), existían 200 mil menonitas asentados en América Latina, siendo las colonias más importantes las de México (34 mil) y América Central (50 mil), seguidas de las de Paraguay (35 mil), Bolivia (27 mil) y Brasil (15 mil). Pero, hay menonitas en todos los países. De otra parte, muchas fuentes creíbles citan números mucho más expresivos de menonitas para América Latina, totalizando desde 270 mil[1] hasta cerca de 700 mil personas[2]. De hecho, procurando información país por país, los números se acercan a las figuras más abultadas. Por ejemplo, se cita de 90 mil a 100 mil menonitas apenas en México (Quadri, 2017; Morimoto, 2019), más de 67 mil en Paraguay (Correia, 2020) y casi 60 mil en Bolivia en 2015 (Kopp, 2015)[3].
Los menonitas, aunque subdivididos por origen y prácticas religiosas, están bien organizados. Cada grupo cuenta con uno o más templos, a veces localizados en áreas urbanas, al estilo de las iglesias protestantes convencionales, desde las que organizan acciones proselitistas. Además, están unidos en un congreso o conferencia mundial menonita. De otra parte, a nivel de los asentamientos, aunque basados en el cooperativismo y aparentando ser agricultores tradicionales, los menonitas son empresarios modernos, muy trabajadores y unidos, así como audaces y, aunque pacíficos, como se verá, son inescrupulosos. En general tienen mucho éxito económico en sus emprendimientos.
Deforestación
El principal, más notorio y denunciado impacto ambiental de la actividad de los menonitas en América Latina ha sido y sigue siendo la deforestación y la destrucción de otros ecosistemas naturales, muy frecuentemente sin autorización. Para discutir ese tema es importante separar dos situaciones. En efecto, hasta fines de la década de 1980, la sociedad no consideraba que la expansión de la frontera agropecuaria sobre los bosques naturales era un problema ambiental. Eso era preocupación de expertos y muy pocos eran los gobiernos de la región que ya tenían o anunciaban políticas para controlarla. Al contrario, en especial en el lapso (1920-1960), en que los menonitas llegaron en gran número a América Latina, deforestar era considerado una mejora. Por eso, aunque a continuación se menciona hasta dónde fue posible las extensiones de tierra ocupadas por ellos, pues eso revela su impacto en los biomas de la región, es más importante analizar las deforestaciones recientes, en especial en el Siglo XXI, cuando nadie, ni los menonitas, podían ignorar las consecuencias de practicar deforestación en gran escala.
A continuación, se pasa revista a la situación de los asentamientos menonitas en Bolivia, Paraguay y Perú, donde afectaron mucho los biomas Chaco y Chiquitana y, más recientemente, la Amazonía, proceso que también estaría comenzando en Colombia. Hay menonitas en el Brasil, donde llegaron entre 1928 y 1934 y se instalaron en las montañas de Santa Catarina. Pero no se adaptaron y se trasladaron cerca de la ciudad de Curitiba, en Paraná, no habiéndose dispersado más (Luz et al, 2014). En el caso de Ecuador, similarmente, existen menonitas hace tiempo (Moya, 2020) pero no hay registro de que se dediquen a actividades agropecuarias. No se ha conseguido, para todos los países, información diferenciada y consolidada sobre la extensión ocupada por las propiedades menonitas en cada país, pero no cabe duda de que puede ser muy grande
El primero de los países citados en recibir menonitas fue Paraguay. El Gobierno paraguayo, como otros, aceptó los menonitas teniendo en mente disuadir pretensiones territoriales de sus vecinos y, por eso, les brindó facilidades. Comenzaron a llegar en la década de 1920 (Goossen, 2016). En 1927, se instalaron en el Chaco, fundando la grande y muy famosa colonia Filadelfia. La mayoría de los 19 asentamientos menonitas del país están en el Chaco y estos albergarían actualmente a unas 67 mil personas (Correia, 2020) pero los hay también en la región oriental del país. Cuando llegaron al Chaco, ese territorio era salvaje, estando solo ocupado por indígenas no contactados o en estado inicial de contacto. El desarrollo, lento y difícil al comienzo, fue facilitado por los avances de la carretera Trans Chaco (Hecht, 2007) y pasó a ser muy rápido y, por ejemplo, en 2011 los tres primeros asentamientos chaqueños ya faenaban 360 mil cabezas de ganado vacuno por año, habiendo transformado el Paraguay en el sexto productor mundial de carne (Duerksen, 2011). Es probable que sus pastizales ya debían cubrir varios cientos de miles de hectáreas y, además, plantaban de 25 a 30 mil hectáreas por año. Asimismo, crearon una cooperativa indígena que tenía 123 mil hectáreas, de las que 27 mil eran pastizales. Pero esas cifras solo corresponden a parte de sus poses en el país. En esa región, una sola familia menonita podía disponer de 2 a 3000 hectáreas, por las que oportunamente pagaron muy poco (Daniels, 2011). Vidal (2010) reporta que tan solo en el Chaco los menonitas ya debían poseer tanto como dos millones de hectáreas, a las que deforestaban con urgencia, precisamente debido al riesgo de que las protestas de los ambientalistas y antropólogos consiguieran imponer limitaciones.
Los menonitas llegaron a Bolivia a partir de 1954. Pero la mayor expansión se dio a partir de 1990, aprovechando de un programa de ampliación de la colonización financiado por el Banco Mundial. Unos 10 mil de ellos se instalaron cerca de la ciudad de Santa Cruz, donde adquirieron inicialmente unas 70 mil hectáreas de ganaderos y pequeños propietarios o poseedores locales. Este núcleo se expandió y multiplicó rápidamente en la región de Santa Cruz y, en mucho menos proporción, en otras. En 2008 la población menonita alcanzó 57 375 habitantes (Schartner & Dürksen, 2009). A 2015 existían 67 colonias o emprendimientos menonitas en el país, cubriendo oficialmente más de 324 mil hectáreas. Pero, esta información solo se refiere a las colonias y propiedades ya tituladas y debidamente registradas en el Instituto de Reforma Agraria, existiendo muchas otras bien establecidas y reconocidas, pero no legalizadas ni contabilizadas. En total se estima que los menonitas posean unas 650 mil hectáreas del territorio boliviano (Kopp, 2015). Esas tierras eran, en su mayor parte, bosques chiquitanos y chaqueños no intervenidos, cuya madera fue explotada por los menonitas antes de quemar el resto para establecer sus crianzas y cultivos. Los menonitas no habían penetrado en el bioma amazónico hasta que, a partir de 2005 se han instalado en Río Negro, Beni, cerca de la frontera con el Brasil. La colonia de Río Negro, después de un periodo de poca actividad, relanzó sus actividades, causando la destrucción de 5 mil hectáreas entre 2017 y 2019 (Finer y Mamani, 2019).
Los registros de menonitas dedicados a actividades rurales en Colombia son recientes. Las primeras denuncias corresponden a la adquisición, en 2016, de 17 mil hectáreas en el departamento de Meta (Unidad Investigativa, 2018), en el centro del país, que ecológicamente corresponde a la Amazonía Andina, aunque se encuentra en la cuenca del Orinoco. Compraron algunas propiedades grandes y muchas pequeñas, pagando al contado. Se trata, por el momento, de unas 300 personas principalmente provenientes de México, que piensan dedicarse al cultivo de soya, entre otros. Crearon dos sociedades o empresas para ese fin: Agroindustria Llanos la Esperanza S. A. S. y Agrícola Enns del Llano S. A. S. Las tierras adquiridas parecen todas haber sido habilitadas para uso agropecuario desde hace algún tiempo.
[Ver además ► [Opinión] ¿Cómo combatir la deforestación?]
El caso peruano ha sido muy bien descrito por Praeli (2020) y claramente demostrado por los estudios del Proyecto de Monitoreo de los Andes Amazónicos – MAAP (Finner et al, 2020). Aunque los menonitas llegaron al Perú en los años 1950, ellos se dedicaron al proselitismo religioso y hasta recientemente no se tenía noticia de grupos practicando agricultura en el Perú[4]. Se conocía, sí, las actividades, inclusive en la Amazonía, de otras sectas religiosas, como la Asociación Evangélica Misionera Nuevo Pacto Universal, más conocidos como los “israelitas”, ahora reforzados por un partido político (Villasante, 2020). Pero, menonitas provenientes principalmente de Bolivia han adquirido, a partir de 2015 una extensión indefinida pero grande de tierras cubiertas de bosques naturales en dos localidades de la Amazonía: Masisea (Ucayali) y Tierra Blanca (Loreto), en las que hasta octubre de 2020 ya han deforestado un total de 3400 hectáreas (Finer et al, 2020). También se menciona (sin confirmación) otro grupo, menor, en algún lugar de la selva de Huánuco. Como en Colombia y en otros países, los menonitas han dado a esos asentamientos un formato empresarial, creando, en el caso de Masisea, la Asociación Colonia Menonita Cristiana Agropecuaria Masisea[5] que posee registro comercial y documentación fiscal, en la que declaran estar dedicados a la ganadería de bovinos y bufalinos.
En resumen, la actividad agropecuaria menonita en Bolivia y Paraguay ha afectado posiblemente entre dos y tres millones de hectáreas, que han sido radicalmente desprovistas de sus bosques o de su vegetación original. Estos fueron primeramente explotados, su madera fue usada en la construcción de viviendas e instalaciones o ha sido transformada en carbón. La madera sobrante es quemada. Nunca aplicaron algún criterio ambiental, como proteger un porcentaje del área con su vegetación original, ni siquiera en la ribera de los ríos. El autor ha visitado las áreas menonitas en el Chaco paraguayo y puede dar fe de eso. Si plantan algún árbol para sombra estos son siempre exóticos.
Nada cambió en sus prácticas durante o después de los años 1990, pese a los llamados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo de junio de 1992 (Eco 92) ni a la multitud de eventos, convenciones y tantos otros hechos, incluyendo políticas y legislaciones nacionales, llamando la atención para un uso más sensato de los recursos naturales renovables.
Ya en el siglo XXI, como visto, los menonitas han iniciado sus avances sobre la Amazonía, tanto en Bolivia como en Perú y Colombia. En total, en esos tres países ya han ocupado unas 26 mil hectáreas, de las que con certeza han deforestado casi 9000 en Bolivia y Perú. Han replicado en esos emprendimientos sus prácticas previas; es decir, han hecho tala raza, sin dejar absolutamente ninguna vegetación natural.
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Otros impactos ambientales e impactos sociales
Además de la deforestación y de sus bien conocidas consecuencias, en términos de pérdida de diversidad biológica, emisión de gases de efecto invernadero y ciclo hidrológico, hay otros problemas ambientales asociados a los asentamientos agropecuarios menonitas. En efecto, contrariamente a lo que puede parecer y a lo que se suele creer, salvo excepciones ellos no practican agricultura ecológica ni, mucho menos, producen alimentos orgánicos. En realidad, hacen un uso muy intensivo de agroquímicos de todo tipo, incluidos abonos minerales y, obviamente, pesticidas, herbicidas, fungicidas, nematicidas y otros agrotóxicos de uso común en la agricultura intensiva y, asimismo, usan semillas transgénicas siempre que pueden. Por esos motivos han sido frecuentemente denunciados. Por ejemplo, en Bolivia, se les acusó de provocar incendios forestales asociados a la limpieza de sus campos (Sputnik, 2019) y, asimismo, de usar y vender maíz transgénico demás de toda clase de agrotóxicos (Leisa, 2020). Además, se reporta, en México, drenajes de humedales protegidos, así como sobreexplotación de acuíferos, con los consecuentes impactos para otros usuarios (Morimoto, 2019). El mismo autor cita el uso abusivo de agrotóxicos en el cultivo de arroz. Según esa referencia, en 2016 un estudio del Centro de Ecología Pesquerías y Oceanografía del Golfo de México de la Universidad Autónoma de Campeche reveló la existencia de glifosato en el manto freático y en la orina de los habitantes del municipio de Hopelchen, debido al uso indiscriminado de agroquímicos. El estudio indicó que entre 1987 y 2007 se utilizaron en la región casi 2 mil toneladas de herbicida, pero que tan solo en 2016 se detectaron 13 500 toneladas de ese y otros agroquímicos peligrosos. También relata que los residuos químicos que quedan en el aire han causado la muerte de abejas y la baja en la producción de miel en un 70%.
Otro problema asociado a las colonias menonitas es el uso de maquinaria agrícola pesada, que compacta el suelo (Quadri, 2017), lo que compensan con arados subsoladores, desdeñando técnicas más apropiadas para los suelos que usan, como es alternancia de cultivos o la siembra directa contribuyendo a su degradación y, por ende, a uso cada vez más intensivo de correctores, especialmente fertilizantes. Además, como bien señalan algunos autores (IAPB, 2018), ellos no adaptan sus cultivos a la realidad ecológica local. Ganan dinero forzando la producción en base a mucha inversión convencional, especialmente fertilizantes, pero, en el largo plazo, dejan tierra arrasada. No practican agrosilvicultura o silvopecuaria, es decir, asociaciones de árboles con cultivo o ganado, como se recomienda para los ecosistemas en que trabajan.
De otra parte, los asentamientos menonitas nuevos construyen y mantienen carreteras para acceder a sus predios. Eso facilita el ingreso de nuevos agricultores, en su mayoría invasores, que se instalan en las proximidades, ampliando el daño. Además, en el caso de Masisea los menonitas usan esa excusa para justificar las deforestaciones más recientes que achacan a terceros (Praeli, 2020). Y, de ese modo también están facilitando el acceso al Área de Conservación Regional Imiría y a las tierras de una comunidad indígena shipibo.
La aproximación de los menonitas a los pueblos originarios tiene dos vertientes, que a veces usan simultáneamente: asimilarlos a sus creencias y usarlos como mano de obra, como hicieron en algunos lugares del Chaco paraguayo o empujarlos “monte adentro”, sin mayor violencia, pero aprovechando el hecho de que muchos nativos no gustan esa vecindad. Eso está aparentemente ocurriendo en Masisea con los shipibos de la comunidad aledaña[6].
Los agricultores tampoco están satisfechos con la cercanía de los menonitas. Por ejemplo, en Bolivia, el Consejo Nacional por el Cambio (Conalcam), que agrupa a sindicatos, organizaciones vecinales y otros grupos oficialistas, ha protestado reiteradamente por comportamientos atribuidos a los menonitas, especialmente uso del fuego, en el Beni y en otros lugares del país (Sputnik, 2019).
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La ilegalidad como rutina menonita en sus prácticas agropecuarias
Praeli (2020) ha descrito este aspecto de la intervención menonita en la Amazonía peruana. La ilegalidad del comportamiento cubriría varios aspectos: (i) compra irregular de tierra, (ii) falta de autorización previa de cambio de uso de la tierra, (iii) deforestación sin autorización y (iv) persistencia del comportamiento ilegal a pesar de advertencias. En efecto, la primera cuestión es cómo y a quién compraron una tierra cubierta de bosques naturales que, a todas luces, es pública. A eso se suma el hecho de que pagaron precios muy variables, pero muchas veces irrisorios por la misma. La autora mencionada examinó las partidas registrales del asentamiento de Masisea, en los que se da cuenta que el precio pagado por cada hectárea fue de alrededor de 1000 soles (307 dólares) hasta los 4000 soles (1230 dólares). Es evidente que esas fueron compras a pequeños agricultores invasores e ilegales. Pero hay transacciones sobre áreas grandes, lo que llama la atención, ya que en el Perú no existe propiedad privada sobre bosques naturales en extensiones importantes.
La siguiente irregularidad es el cambio de uso de la tierra y la deforestación sin pedir permiso, sin haber recibido la autorización pertinente o antes de recibirla. Estas irregularidades estarían confirmadas por las autoridades forestales locales y por la Procuraduría del Medio Ambiente y las Fiscalías Especializadas en Materia Ambiental (FEMA) de Ucayali y Loreto que investigan la pérdida de bosque en los dos territorios (Praeli, 2020). Por ejemplo, en el informe técnico sobre Tierra Blanca, al que también accedió la autora, se precisa que en esa zona deforestada existen 135 predios privados y solo 12 permisos forestales, aunque no todos serían de menonitas. La ley dispone que primero se acepta el cambio de uso de la tierra y que, estando eso resuelto, debe pedirse la autorización de desbosque. Son dos pasos que han sido ignorados. Finalmente, los menonitas fueron advertidos y alertados sobre los pasos legales a cumplir, pero ignoraron y, aparentemente, continúan ignorándolos.
La rutina parece ser, para los menonitas, no complicarse la vida solicitando autorizaciones para cambiar de uso de la tierra y derrumbar el bosque, tal como lo revela su comportamiento en México, donde tienen un largo historial de violaciones de la ley. En ese país, donde entre 1922 y 1926 llegaron 6 mil menonitas a Chihuahua y otros mil a Durango, ahora existen quizá tantos como 90 mil. Están principalmente en los estados de Chihuahua, Durango y Guanajuato, aunque en la actualidad hay menonitas en casi todos los estados. No hay información de cuántas hectáreas ellos poseen, pero deben poseer un área muy grande. En décadas recientes han expandido sus actividades y se han ido desplazando a estados como Baja California, Oaxaca, Tabasco y Yucatán. Estas expansiones han generado muchos conflictos ambientales debido a deforestación de bosques naturales, algunos de ellos protegidos, sin ninguna autorización. Quadri (2017) cita varios casos, entre 2008 y 2017, como la deforestación de 800 hectáreas de bosque tropical en Campeche y, otra vez, en 2013, cuando la Procuraduría General del Ambiente (Profepa) advirtió la destrucción sin ningún permiso de 2300 hectáreas de bosque en predios menonitas del estado Cohauila. Entre 2012 y 2013, en el estado de Quintana Roo, la Profepa inspeccionó y denunció penalmente a un grupo de menonitas por un desmonte con fuego (incendio provocado en el bosque tropical) y cambio de uso de suelo sin autorización que afectó casi 100 hectáreas dentro de un área natural protegida (Quadri, 2017). El mismo autor indica que, en 2017, también en el estado de Quintana Roo, la Profepa conjuntamente con la Secretaría de la Marina Armada de México, constató la destrucción de 1445 hectáreas de bosque tropical en tres predios de menonitas, de manera ilegal y sin ningún tipo de autorización. A 2029, la Profepa había levantado más de 176 expedientes en contra de las comunidades menonitas de México, por afectaciones ecológicas. Otro autor (Morimoto, 2019) señala que, en 2017, la Secretaría del Medio Ambiente de Campeche registró la deforestación de 759 hectáreas de la selva baja y la consecuente clausura de 5 aserraderos y el decomiso de 299 hornos para carbón vegetal. Asimismo, ese autor señala la sobreexplotación de acuíferos para cultivar arroz y abuso de aplicación de agrotóxicos. La Asociación de Consumidores Orgánicos de México los ha denunciado reiteradamente[7]. También se ha responsabilizado a los menonitas por la invasión y destrucción de la vegetación de 1750 hectáreas de un humedal de Quintana Roo (Fitzmaurice, 2017) acción que, aparentemente continuó, alcanzando más de 3 mil hectáreas en 2019 (Redacción. Novedades QR, 2019). En Bacalar, Quintana Roo, se les sancionó por haber removido la vegetación de 679 hectáreas, afectando un ecosistema de selva mediana subperennifolia y selva espinosa subperennifolia de Astornium graveolens, que era refugio de Thrinax radiata y Aratinga nana, especies listadas en la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010, sobre especies raras o amenazadas (Cambio 22, 2020). Las mismas acusaciones de violar la legislación, no solo en relación a las tierras y a la deforestación, sino asimismo por contaminación ambiental, abuso del uso de agua en detrimento de terceros han sido reportadas en Bolivia (Leisa, 2020). Traspasso (1994) concluye que la inmigración menonita en Belice ha sido una fuerza destructiva mayor.
Todas las referencias a la ilegalidad del proceder menonita abundan en denunciar la aparente inmunidad con la que actúan, a pesar de la reiteración de las denuncias y de las sanciones, que no respetan. Parecen acudir a argumentos e influencias religiosas y, en el caso de México, se beneficiarían de las mismas reglas que privilegian las etnias nativas (Quadri, 2017).
[Ver además ► Fiscalía halló a menonitas talando árboles con maquinaria pesada y sin autorización]
Conclusiones
La primera conclusión de esta revisión es que la idea tan generalizada de que los menonitas son una secta apegada a la naturaleza, que practica una agricultura “ecológica” u “orgánica” es falsa. Esta visión proviene de uno de los subgrupos menonitas, conocidos como amish, instalados principalmente en Pensilvania, EE.UU., pero que en realidad viven también en muchos otros lugares, inclusive en América Latina. Estos, en efecto, viven muy simplemente y ejercen una agricultura rudimentaria, de bajo impacto. Pero los demás, aunque se visten con overol y camisa a cuadros y llevan una vida sin extravagancias, practican una agricultura moderna, intensiva, de alto impacto ambiental.
De otro lado, las inmigraciones menonitas han brindado beneficios a algunos países. Así, ellos convirtieron al Paraguay en una potencia mundial exportadora de carne de bovinos y, en el caso de Bolivia, han contribuido significativamente a transformarlo en país exportador de soya y otras commodities. No hay duda que, en esos dos países, los menonitas han tenido una gran influencia en la economía. Pero, eso, como visto, ha tenido un alto costo ambiental y social.
Las nuevas inmigraciones a Perú y Colombia o a la Amazonía de Bolivia son casos muy diferentes pues, se producen cuando existe un clamor mundial y nacional por poner coto al avance de la deforestación, que en los tres casos ya alcanzó niveles de gravísimas proporciones y de consecuencias posiblemente irreversibles. Esos países ya enfrentan una lucha muy difícil con sus propios ciudadanos, invasores de tierra y destructores del bosque, que practican agricultura y pecuaria sin permiso, minería ilegal y explotación forestal caótica. Es pues, fuera de toda lógica permitir que, además, se instalen en la Amazonía de esos países nuevas amenazas, amparadas por sólidos recursos económicos y con muchas influencias.
Hay algunas preguntas obvias que merecen ser respondidas por las autoridades pertinentes, tanto nacionales como regionales: (i) ¿de quién y cómo los menonitas compraron tierra con bosques naturales, habida cuenta que, en principio, esos bosques son del Estado o de comunidades nativas?, (ii) ¿cómo esas compras fueron formalizadas, registradas o legalizadas si, en realidad son ilegales?, (iii) ¿por qué las autoridades competentes esperaron a que se deforesten, en la actualidad más de 3700 hectáreas, sin hacer nada o casi nada?, y (iv) ¿qué autoridades o influencias han facilitado la entrada masiva al Perú de los menonitas y su asentamiento en Loreto y Ucayali? A este punto el autor destaca que varias de las mismas preguntas merecen ser hechas también en el caso de otras empresas que deforestan la Amazonía para plantar palma aceitera o cacao.
Como está bastante bien demostrado, la actividad de los menonitas en los asentamientos de Tierra Blanca y Masisea, en el Perú, es tan ilegal como perjudicial y debe ser detenida de inmediato. Los responsables, tanto los que desde el gobierno nacional y regional facilitaron, permitieron o toleraron estos hechos como, por cierto, los propios menonitas, deben ser sancionados.
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