Dourojeanni Opina

Indonesia y Brasil: impactos ambientales del traslado de las capitales

(Izquierda) Hasta 1960, Río de Janeiro fue la capital de Brasil. (Derecha) Yakarta es actualmente capital de Indonesia.

Marc Dourojeanni [1] / Profesor Emérito de la Universidad Agraria La Molina

 

El año pasado fue anunciada la decisión de trasladar la capital de Indonesia de Yakarta a un lugar poco habitado de la isla de Kalimantan. Esta iniciativa no es novedad. Hubo muchos traslados de capitales, especialmente en África y Asia. Pero el caso más famoso y cercano fue el de la capital del Brasil que pasó de Río de Janeiro a Brasilia. Y en el Perú se intentó hacer lo mismo cuándo se construyó Ciudad Constitución. En todos los casos, a pesar de anunciadas intenciones de respetar el entorno natural y social, el resultado ha sido siempre una dramática expansión de la deforestación y del deterioro ambiental. Ahora toca preguntar si los Dayaks y los orangutanes sobrevivirán.

Brasil e Indonesia se parecen en muchos aspectos. Ambos son países muy grandes y esencialmente tropicales, con enormes áreas de bosques naturales que contienen una biodiversidad excepcional, con población muy elevada (más de 211 y 267 millones de habitantes, respectivamente) y pobreza significativa, con amplios espacios con poca densidad poblacional y, ambos, son considerados piezas esenciales de la estrategia de limitación del cambio climático. Por eso es interesante analizar sus experiencias en cuanto al traslado de sus capitales.

El pretexto y el motivo para trasladar capitales varían de caso a caso. Los pretextos son diversos, como ciudades “demasiado grandes” o dominadas por las finanzas. En el caso de Indonesia, uno de los pretextos es que la capital actual se hunde en el mar, lo que es parcialmente verdad. Pero siempre dominan los motivos políticos, especialmente geopolíticos. Entre los primeros están, por ejemplo, aislar el gobierno de la reacción popular de las calles o desconcentrar y mejorar la gestión y, claro, estimular la expansión del desarrollo, especialmente agropecuario, a regiones con potencial pero que no aportan mucho a la economía nacional. Es decir, satisfaciendo intereses, entre ellos los de las grandes empresas constructoras. De las motivaciones geopolíticas predomina la de poblar y ocupar plenamente el espacio nacional y, coincidentemente, consolidar la presencia y autoridad del estado sobre partes del territorio alejadas de la capital, pretendidamente amenazadas por países vecinos o por veleidades separatistas. La idea de “centro” del país siempre está presente en esos gestos que, asimismo, suelen ser materializados por gobernantes con pretensiones mesiánicas, como fue en el caso del Brasil y en el del fallido intento peruano.

Kalimantan

El caso de Indonesia es particularmente importante porque se produce tardíamente; es decir, en una época en que la problemática ambiental mundial es grande y popularizada. Además, porque afectará un lugar del mundo que es famoso por su naturaleza privilegiada y que ya viene sufriendo amenazas severas. En efecto, Kalimantan (la isla de Borneo) es noticia recurrente, en especial por la deforestación de sus bosques únicos y el drenaje de pantanos, pero no únicamente para cultivar palma aceitera, destruyendo el hábitat del simpático orangután y de miles de especies de plantas y animales raros. La escena de una madre orangutana, enfrentándose desde un tronco caído a un enorme tractor, ha dado varias veces la vuelta al mundo, pero no ha hecho cambiar nada en la política oficial de expansión de cultivos industriales. Por eso, el traslado de la capital de Indonesia a ese lugar espanta ya que, se prevé, será el golpe de gracia a la naturaleza de la isla.

Orangután enfrentando un bulldozer en Kalimantan. Foto International Animal Rescue (IAR).

Indonesia ha hecho un meticuloso estudio de factibilidad, incluido el de impacto ambiental, de la propuesta. Las opciones escogidas (probablemente entre las localidades de Balikpapam y Samarinda) están en Kalimantan Oriental, en una zona ya antrópica pero aledaña a bosques relativamente conservados y a territorios tradicionales de los Dayak. La promesa del Gobierno es hacer una ciudad modelo, verde y ecológica, para alrededor de un millón de habitantes. Además de los argumentos mencionados, como la precaria situación de Yakarta en la superpoblada isla de Java, excéntrica a las más de 17 000 islas que conforman el territorio indonesio, otros objetivos declarados son “reducir la desigualdad social” y, obviamente, “diversificar y crear nuevas fuentes de crecimiento económico”. Dicho de otro modo, no se esconde que la finalidad no es solo ni tanto mejorar la gestión burocrática, lo que el ambiente podría soportar, sino que, en realidad, se trata de conquistar el territorio y crecer más.

Indonesia hizo mucha noticia cuando, en los años 1970 y 1980, desarrolló un agresivo programa de transmigración de la población de Java y Bali a otras islas menos densamente ocupadas, especialmente a Kalimantan, la mayor de todas. La gigantesca isla de Borneo, la tercera mayor del mundo con 743 330 km², es decir casi el tamaño de la Amazonía, es compartida entre Indonesia, que posee el 73%, con Malasia y Brunéi. La transmigración tuvo éxito parcial, pero, gradualmente fue materializándose, con enorme destrucción de sus bosques que eran riquísimos en maderas valiosas. Posteriormente, como es bien conocido, aparecieron los cultivos industriales, siendo el que mayor expansión ha tenido el de la palma aceitera, aunque, como en la Amazonía, parte de la deforestación es ocasionada por agricultores pobres. Actualmente, Borneo tiene unos 18 millones de habitantes de los que más de dos millones son Dayaks y más del 60% de su área boscosa ha sido deforestada y gran parte de lo que queda está bastante degradado.

Rondonia

Patrón de deforestación en Rondonia, Brasil. Imagen: Google

Por coincidencia, el programa de transmigración de Indonesia ocurría al mismo tiempo que el Brasil lanzaba el famoso programa conocido como Polonoroeste para colonizar los estados de Rondonia y Acre, y el norte de Mato Grosso, en base a la construcción de la carretera BR 364. Esas regiones (Rondonia ni siquiera era un estado), por entonces, eran territorios casi intocados, en poder de diversos grupos indígenas no contactados o en contacto inicial. Ambos programas, el de Indonesia y el del Brasil, recibieron financiamiento del Banco Mundial. La iniciativa, en los dos países, fue de sus propios gobiernos y, en los dos casos, el banco entró apenas facilitando el proceso financiando la construcción de la infraestructura. Pero, las tremendas reacciones internacionales provocadas por la destrucción de los bosques y el maltrato a los nativos hicieron que, poco a poco, la intervención del Banco Mundial se convirtiese en un esfuerzo de racionalización del proceso de ocupación de la tierra, apuntando a la preservación del ambiente y al respeto de los derechos indígenas. Como bien se sabe, esos programas del banco fracasaron en ambos países. Pero se logró un poco más en el Brasil que en Indonesia, dejando una proporción significativa de áreas naturales protegidas y de territorios indígenas reconocidos. Dicho sea de paso, una de las secuelas de los escándalos de Kalimantan y Rondonia fue la implementación, en el Banco Mundial, de su primera área de medio ambiente. Lo mismo pasó poco después con el Banco Interamericano de Desarrollo, cuando este entró a financiar la parte del Acre del mismo programa.

La decisión de ocupar la Amazonía de Rondonia, Mato Grosso y Acre fue en gran parte una secuela de otra decisión trascendente, ejecutada apenas una década antes. Se trata de la construcción e inauguración, en 1960, de la nueva capital del Brasil, en el centro del país, en pleno Cerrado, un bioma hasta por entonces casi intocado. El Cerrado es después de la Amazonía al que está vinculado, el bioma más extenso del Brasil. En esa época sus suelos no eran considerados apropiados para la agricultura, pero la construcción de infraestructura de transporte que acompañó a la nueva capital, el crecimiento de la demanda mundial y, por cierto, las nuevas tecnologías, tornaron muy rentable su uso ganadero y agrícola. La deforestación del Cerrado alcanzó niveles impensados y actualmente apenas un 20% de su vegetación original sobrevive en un estado extremamente degradado y bajo amenaza inminente. La ocupación de la vecina Amazonía, primero en Mato Grosso cuyo territorio está parcialmente cubierto por el Cerrado y, luego, de Rondonia era inevitable. Comenzó, como en Kalimantan, con la extracción maderera asociada con la invasión de hordas de campesinos sin tierra provenientes del pobre y árido nordeste, así como del densamente poblado estado de Río Grande del Sur y, claro, continuó con la llegada de gente con dinero que concentró la propiedad y se dedicó a la ganadería extensiva y luego a la agricultura intensiva.

Brasilia, capital de Brasil desde 1960.

Brasilia y la futura capital de Indonesia

Los motivos de la creación de Brasilia fueron, en una medida u otra, todos los mencionados antes y, dicho sea de paso, aunque fue materializada e inaugurada en 1960 por el presidente Juscelino Kubitschek, ese cambio había sido previsto desde mucho tiempo antes. Poca duda cabe que, para la economía y la sociedad brasileña, ese cambio fue positivo ya que permitió un boom económico sin precedentes. La construcción de Brasilia brindó al Centro Oeste del país la infraestructura y la prioridad política que antes no tenía y lo convirtió en pocas décadas en un nuevo motor de su crecimiento económico, compitiendo con el sudeste. En efecto los estados de Mato Grosso, Mato Grosso del Sur, Goiás y, cada vez más Tocantins, así como la parte oeste de Bahía, se han convertido en pilares de la producción agropecuaria (carne, soya, maíz, algodón) y de la economía nacional. La capital de Goiás (Goiania) ya pasó largamente del millón de habitantes y la de Mato Grosso (Cuiabá) alcanzará pronto el millón. A partir de allí, la expansión hacia el noroeste, a la Amazonía, era inevitable y, como se ha mencionado, ocurrió con la construcción de la carretera BR 364 que unió Cuiabá con Porto Velho (capital de Rondonia) y Rio Branco (capital del Acre).

En los años 1960 la preocupación por el ambiente estaba restringida a los científicos y a algunos intelectuales. Pese a eso, los que planearon Brasilia tomaron diversos cuidados bastante notables para la época. Por ejemplo, crearon el Parque Nacional de Brasilia (30 000 hectáreas) y algunas otras áreas naturales preservadas, especialmente para cuidar de las nacientes de las cuencas que salen del macizo central donde se ubica la ciudad. También construyeron un enorme lago artificial y conservaron amplios espacios verdes en lo que se conoce como el Plano Piloto de la ciudad y los dos barrios que formó el lago. Gran parte de esos espacios permanecen en buen estado hasta la actualidad.

No obstante, los que hicieron Brasilia erraron al pensar que la ciudad albergaría no más de medio millón de habitantes. No imaginaron que seis décadas después de inaugurada, la ciudad albergaría más de tres millones de habitantes, sin mencionar los que viven alrededor y que suman otro millón. El impacto ambiental de esa población, especialmente sobre el recurso hídrico, es enorme y constituye una amenaza seria y de difícil solución debido al desorden en la ocupación del espacio y a que la población del Distrito Federal continúa creciendo encima del promedio nacional. Tampoco previeron nada especial para la conservación del Cerrado fuera del Distrito Federal y de las fuentes de agua que nacen en ese bioma. El Cerrado carece dramáticamente de verdaderas áreas naturales protegidas o de reservas indígenas, contando con pocas y proporcionalmente muy pequeñas. La expansión agropecuaria avasalló prácticamente todo el territorio, sin miramiento por las implicaciones ambientales ni por los derechos de los nativos. Tardíamente se crearon una serie de “áreas de protección ambiental” que, en la práctica, no conservan nada. Así, la pérdida de suelos, la contaminación del agua especialmente por uso abusivo de agrotóxicos y la destrucción de las nacientes de las mayores cuencas del país están, ahora, poniendo un costoso freno a la prosperidad ganada tan descuidadamente.

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Lo que era una densa vegetación de Cerrado está convertido, a perdida de vista, en cultivos intensivos bajo riego. Foto: Marc Dourojeanni.

La similitud de lo que ocurrió en el Brasil en apenas 60 años, y de lo que puede ocurrir en Indonesia es evidente. Por cuidadosos y llenos de buena voluntad que sean los estudios y planes del actual gobierno de Indonesia, no hay nada que permita esperar que eviten una repetición muy agravada de lo que ocurrió con la construcción de Brasilia. Por ejemplo, se prevé que la nueva capital, con no más de un millón de habitantes, sería un modelo de respeto ambiental. Como en Brasilia, se establecerían en ella o sus alrededores varios parques naturales y muchas áreas verdes, así como lagos. Sin embargo, no es posible creer que, en un país como Indonesia, con 270 millones de habitantes y pobreza extrema, fuertemente dividido social y religiosamente, esa previsión sea cumplible. Además, el récord de Indonesia en materia de protección de sus ecosistemas naturales es peor que el del Brasil. Por ejemplo, los planes de Indonesia de los años 1980 para crear y manejar un sistema de áreas naturales protegidas en Kalimantan Oriental, es decir, el lugar donde vendría la nueva capital, han sido escandalosamente incumplidos y los pocos parques que fueron establecidos están descuidados y son explotados e invadidos. Y los nativos, el pueblo Dayak, está en pie de guerra contra la decisión.

En conclusión

Aunque como en el caso de Brasilia, el traslado de la capital indonesia de Yakarta a Kalimantan Oriental, sea justificado y que, como en el caso del Brasil, pueda resultar económica y socialmente provechoso, no cabe dudar que sus impactos ambientales serán enormes y, probablemente, incontrolables. Y, como en el Brasil, esos mismos logros económicos y sociales se verán en el largo plazo muy probablemente comprometidos por la debacle ambiental generada por la ocupación desordenada del territorio.

Indonesia tiene la oportunidad de hacer algo diferente pues en su mano están todas las advertencias acumuladas sobre los riesgos y toda la evidencia, así como los medios, para evitarlos. Pero va a necesitar ejercer mucha autoridad y tenacidad para que sus planes para el territorio de Kalimantan Oriental sean respetados y aplicados. En Indonesia, como en el Brasil y en el Perú, es hábito político nacional hacer muchos planes que, cuando no implican beneficios inmediatos para los poderosos, nunca salen del papel. Se espera que, en pleno siglo XXI, se evite repetir los errores del pasado.

 

 

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[1] El autor ha trabajado por más de una década con la problemática ambiental del programa de ocupación de los territorios amazónicos de Rondonia, Acre y Mato Grosso (Brasil) y, asimismo, ha intervenido en cuestiones de conservación de la naturaleza en Kalimantan Oriental (Indonesia).



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