[Crónica] ¿Se puede remediar la Amazonía tras los estragos de la minería ilegal?
Proyecto biorremediación-Walter Silvera

Foto: Walter Silvera

Escribe Guillermo Reaño / Director de la Revista Viajeros

Restaurar lo que la naturaleza nos dio: Francisco Román, Premio Nacional Ambiental 2015

Los habitantes de Manuani, un caserío de diez casitas que se levantan como pueden al lado de un campo de fútbol saben perfectamente cuándo empezó el fin del mundo. Sabina Valdez, la líder de la comunidad, me lo ha ido contando mientras atravesábamos en moto el desierto de La Pampa, un territorio de cientos de hectáreas  de desolación y muerte en la Zona de Amortiguamiento, eso es lo inaudito, de la Reserva Nacional Tambopata.

De lo que me ha dicho me queda claro que las veintitantas familias de Manuani vivían a cuatro horas a pie de la carretera Interoceánica, la que viene del Cusco para conectarse con Brasil. Eran felices, vivían de la extracción artesanal del oro y de los frutos del bosque. Los días se sucedían unos a otros sin contratiempos. “Habíamos aprendido a extraer el oro sin dañar la tierra” me lo dijo cuando le pedí sus generales de ley. “Nuestros padres son serranos, nosotros en cambio nacimos en Mazuko, en Huaypetue, en Puerto Maldonado”, nombres todos de unas localidades que definen por sí solas la fiebre del oro que en menos de treinta años se ha llevado consigo más de 60 mil hectáreas del paraíso amazónico.

Un día cualquiera del primer año del fin del mundo, 2009, mientras un grupo de distraídos peones retiraban cascajo de un terreno baldío al lado de la Interoceánica, el oro brotó como por arte de magia. La noticia del suceso se propaló de inmediato en los  campamentos mineros de Madre de Dios y Puno y en cuestión de días empezó una invasión que pareciera no tener fin. Miles de “mineros sin tierras”, solos, de a dos, en grupos, convirtieron lo que era un humedal exuberante de vida en un ruidoso archipiélago de casuchas de plástico celeste y puticlubs. La Pampa se convirtió en el paraíso de los excesos y el dinero fácil. Tronaban por todas partes los motores de la maquinaria minera.

Restaurar La Pampa

Francisco Román - Foto Walter Silvera

Francisco Román, investigador de la Universidad de Florida. Foto: Walter Silvera

Hace un calor insoportable en Manuani. Acabo de dejar atrás los despojos que dejó la minería bestia, achorada, suicida, que transformó una selva poblada de sachavacas, monos y felinos en una sucursal del infierno. Sabina ha ido a buscar al resto de los miembros de la Asociación de Agricultores y Mineros Artesanales que preside, yo la espero en la única tienda de abarrotes de su pueblo. Los charcos de aguas pútridas, infectadas de diesel y sustancias químicas, el triste escenario de una tierra arrasada por los “bárbaros atilas” del poema vallejiano me han dejado sin preguntas. Trato de entender lo inentendible. A mi lado Francisco Román, chalaco, investigador de la Universidad de Florida y del Consorcio Madre de Dios, una coalición de instituciones que se ha unido para poner coto a tanta barbarie, me mira con interés. Soy un bicho raro perdido en esta jungla cercada por un desierto sahariano.

Francisco, ingeniero forestal y doctor en ecología y desarrollo sustentable, es un peruano de esos que necesitamos por miles. Autor de artículos y libros científicos, videodocumentalista y experto en especies forestales nativas de estos trópicos, elegido por LatinAmerican Science como uno de los treinta investigadores más prometedores de esta parte del globo, ve esperanzas donde yo solo he visto desolación. Desde el 2012 impulsa un proyecto que intenta restaurar las pampas ahora eriazas del sector San Francisco de La Pampa para que sus posesionarios, los miembros del gremio de Sabina, encuentren una actividad económica que les de sustento y, sobre todo, para demostrar a las autoridades que es posible modificar lo hecho. Cambiar el mundo.

Para ello se apoya en la biorremediación, una rama de la biotecnología que se vale de los organismos biológicos –microorganismos, bacterias hongos, plantas– para eliminar contaminantes tóxicos en el medio ambiente y así reponer lo que la ambición humana destruyó. No lo había dicho pero una de las secuelas más abominables de la minería ilegal en Madre de Dios es la contaminación por mercurio, un elemento que se utiliza para separar el oro de otras sustancias y que ingresa al ser humano, principalmente, a través de la ingesta de peces de río y/o la absorción de los vapores que se producen  en el proceso de obtención del metal.

Los efectos sobre la salud humana de la contaminación mercurial, así la llama Román, son devastadores: los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que la alta exposición del mercurio, llamado en estos pagos azoque, puede dañar el cerebro y los riñones de manera permanente y se ha observado que afecta el desarrollo del feto mucho tiempo después de la exposición sucedida, provocando retraso mental, ceguera, ataques e incapacidad para hablar en los recién nacidos. Los niños envenenados con mercurio pueden desarrollar, acotan los informes, problemas en el sistema nervioso y el sistema digestivo. Los adultos contaminados presentan síntomas de irritabilidad, timidez, temblores, cambios en la visión y en la audición, problemas de memoria. Sus efectos pueden causar daño a los pulmones, náuseas, vómitos, diarrea, aumento de presión sanguínea, reacciones alérgicas en la piel, también cáncer.

Nadie lo quiere decir en voz alta pero la contaminación por mercurio en Puerto Maldonado y otras localidades del oro en Madre de Dios hace tiempo que superó los límites permisibles. Francisco Román lo dijo con todas sus letras en un evento internacional en noviembre del 2014 en la misma ciudad: “Madre de Dios es el tercer productor nacional de oro. Aquí se producen 15 toneladas de oro al año, lo que quiere decir que se pueden estar utilizando 30 toneladas o más de mercurio anualmente. Los cálculos más tibios podrían indicar que en el período 2001 al 2013 se utilizaron 400 toneladas del mortífero elemento”.

¿Cuánto del mercurio liberado ingresó al cuerpo de los maternitanos? Un estudio del Proyecto Carnegie Mercurio Amazónico reveló que el 78% de los 226 adultos analizados en Puerto Maldonado presentaba en el cabello niveles de mercurio superiores a los límites permisibles (1 ppm). El nivel promedio hallado fue de 2,7 ppm, casi el triple del valor referencial. Uno de los individuos de la muestra  llegó a tener 27,4 ppm.

En las comunidades indígenas el promedio alcanzó niveles mayores: 5,55 ppm. Y los resultados de  un estudio entre ratones de Puerto Maldonado arrojaron cifras increíbles: el 94 % de los roedores de las inmediaciones de los mercados de la ciudad tenían niveles elevados de mercurio. El maléfico metal ha tomado por asalto la vida de la región. Es una plaga más letal que el Zika, la enfermedad de moda en estos días de nuevos olvidos y crónicas desatenciones.

Recuerdos del futuro

Cuatrocientos toneladas de mercurio dando vueltas por Madre de Dios, la capital de la biodiversidad peruana, en trece años. La cifra es estremecedora. “¿Sabes cuantas toneladas se liberaron en la bahía de Minamata en treinta años?”, me pregunta el científico de La Pampa. “Ochenta y dos. 400 en trece años contra 82 en treinta”. En Minamata, Japón, se produjo la tragedia por contaminación mercurial más letal que registra la historia.

Sabina encontró a Francisco, o tal vez fue al revés, y se pusieron a trabajar. No había tiempo que perder. Recorrieron el terreno de propiedad de la asociación y empezaron a planear soluciones. “No se trata de sembrar por sembrar”, ambos lo saben. Se trata de hacer ciencia, especulo, de obtener la mayor cantidad de información para decidir qué caminos tomar para restaurar lo degradado.

“Si solo reforestáramos, como quisieran los entusiastas, el mercurio que está en los suelos degradados pasaría a las plantas y luego a las aves que se alimentan de sus frutos. Después a sus depredadores y así hasta el último eslabón de la cadena alimenticia”, nos explica. Entonces ¿qué hacer? Tenemos que ir paso a paso. Como complemento a la reforestación se deben utilizar bacterias y hongos para inmovilizar o reducir la toxicidad del mercurio y a la vez devolver la vida perdida y la fertilidad a esos suelos degradados.

Esa es la tarea que Francisco Román y su equipo, apoyados por los milicianos de la asociación de Manuani, vienen llevando a cabo en un sector próximo al kilómetro 109 de la  carretera Interoceánica. Allí las topas, las lupunas, las amasisas y los peines de mono, las cuatro variedades forestales reintroducidas, están creciendo  lo suficiente como para seguir soñando. Y ha vuelto a brotar la vida. Junto a las topas de casi tres metros de alto, vi huellas de un mamífero de regular tamaño. Por aquí debe haber pasado esta mañana una sachavaca, me lo comentó uno de los miembros de la asociación. Todos pretenden recuperar el bosque que perdieron a manos de los invasores

“Necesitamos restablecer el vínculo entre naturaleza y sociedad, y tratar a los ecosistemas y la biodiversidad como socios de nuestra propia supervivencia y reproducción cultural”, lo comenta Román con autoridad. “Necesitamos aprender más de lo que estamos haciendo… y que el Estado nos permita seguir recuperando tierras degradadas. Para nosotros la minería ya fue, ha regresado Sabina con su grupo y se cuela en la conversación, ahora queremos vivir de nuestro bosque, queremos vivir del turismo”.

La tarea de Francisco es enorme, él lo sabe. No se trata de cantar victorias antes de tiempo, hay que ir poco a poco, produciendo información que ayude a sostener las hipótesis inicialmente planteadas. Pero que van bien, van bien, no me quedan dudas. Por lo pronto, el Dr. Román Dañobeytia, de Chucuito, Callao, ha sido galardonado en noviembre pasado con el Premio Nacional Ambiental Antonio Brack Egg por el proyecto “Reforestación con especies nativas después de la minería informal en Madre de Dios”.

Justo reconocimiento para el joven investigador peruano que volvió al Perú después de nueve años en el extranjero para  mitrar el futuro con osadía y que ha sentado reales en Puerto Maldonado, una ciudad que  crece endemoniadamente debido al boom minero, en cuyas calles se separa el mercurio del oro a fuego limpio y se consume pescado a diestra y siniestra. “Sabes, me lo dijo mientras regresábamos de La Pampa, yo también estoy contaminado por mercurio, ¿quién no lo está en Puerto Maldonado?”.

Epílogo

El mercurio es un contaminante mundial. Cuando el mercurio es liberado en el medio ambiente, se evapora, viaja con las corrientes de aire y luego cae nuevamente a la tierra, algunas veces muy lejos de su fuente original. Y como es así, puede ser que la papaya que usted compró en el mercadito de la esquina o el pescado que adquieren las amas de casa de Rio Branco, la capital del estado de Acre, Brasil, a 600 kilómetros del desastre de La Pampa, o Guacamayo, o Huaypetue, tengan  trazas de mercurio. Las suficientes como para ir convirtiéndonos en un elemento radioactivo.

 



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