[OPINIÓN] ¿Estamos tomando decisiones basadas en evidencia para la gestión del agua?

Escriben Boris Ochoa-Tocachi y Charles Zogheib / Investigadores en recursos hídricos del Imperial College London, Reino Unido

 

Comúnmente, quienes promueven la filosofía de que la toma de decisiones debe ser en base a evidencia ignoran o malinterpretan la forma cómo los seres humanos toman estas mismas decisiones en el día a día. Por lo general, estas acciones están ligadas a fenómenos psicológicos, llamados sesgos cognitivos, influenciados por la estructura del cerebro, la dirección general de nuestra sociedad, o nuestro entorno inmediato, sin mencionar otros factores genéticos y biológicos [Goleman, 1996]. Para entender mejor los avances en economía conductual, el best-seller del psicólogo americano Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio (Thinking Fast and Slow) [Kahneman, 2011] nos ofrece descripciones muy claras de estos sesgos a través de los resultados obtenidos por una multitud de experimentos sobre el comportamiento humano. Por ejemplo, el sesgo de sustitución consiste en la tendencia de intercambiar una pregunta complicada con otra más simple. Otro muy importante es el sesgo optimista, que se demuestra al estar demasiado confiado en un resultado particular o hipotético. El sesgo de anclaje, por otro lado, también refuerza ideas previas de una persona con la predisposición a ser influenciadas de manera completamente desproporcionada por una pieza de información inicial (el ancla) al momento de tomar decisiones.

Uno puede preguntarse, ¿qué tienen que ver dichos procesos y cómo podemos manejarlos en el campo de la gestión y gobernanza de los recursos hídricos? Un artículo publicado en el journal científico Water Security por Charles Zogheib et al. [2018] da luces al respecto.

“Por la naturaleza misma del agua, uno siempre encuentra situaciones en diversos lugares del mundo donde cualquier decisión -tal como la construcción de una presa o la creación de una zona agrícola, por ejemplo- resulta en situaciones muy conflictivas entre los varios actores involucrados”, señala Charles Zogheib, autor principal del artículo. “Estos conflictos pueden producirse por una variedad de razones: beneficios financieros de unos, incertidumbre en los impactos y en los beneficios de otros; a veces el problema mismo necesita compromisos entre las varias expectativas”, apunta Zogheib. En este contexto, es bastante difícil de diseñar estructuras o procesos de gobernanza para eliminar estas situaciones si es que no se intenta manejar las diferencias. Elinor Ostrom [1990] intentó definir criterios para la buena gobernanza de los recursos naturales: (i) definición clara y distribución equitativa de beneficios y costos en las decisiones de asignación de derechos de uso de un recurso (ii) monitoreo de recurso y del uso; (iii) mecanismos de resolución de conflictos entre usuarios y plataformas participativas para la toma de decisiones (e.j. consejos de cuenca); y (iv) cooperación entre varios sectores y escalas de gobernanza [Garrick et al., 2017].

La realidad es que esa diversidad de opiniones, culturas, características sociales y económicas, valores, percepciones, y creencias previas afecta profundamente esos mecanismos a través de sesgos y tendencias, como las mencionadas previamente. Para ilustrar esto, veamos algunos ejemplos.

“El debate acerca de las plantaciones de pinos en los Andes es especialmente controversial”, advierte Bert De Bièvre, Coordinador Regional de la Iniciativa Regional de Monitoreo Hidrológico de Ecosistemas Andinos – iMHEA. “Algunas plantaciones han crecido exitosamente en suelos degradados y laderas erosionadas en zonas con suficientes volúmenes de lluvia anual”, indica De Bièvre. El caso más emblemático es el de Granja Porcón en los Andes centrales peruanos. Otras, sin embargo, han producido efectos muy negativos sobre la disponibilidad de agua, añade, “especialmente cuando se han sembrado en zonas de herbazales nativos y en relativamente buen estado de conservación”, como los páramos o las punas [Bonnesoeur et al., 2019a]. Varios factores se combinan para determinar la tasa de éxito de dichas intervenciones, pero la mayoría de proyectos de forestación en Perú se han empeñado ciegamente en replicar el caso de Porcón, fallando lamentablemente en reproducir los supuestos beneficios altamente promocionados por los implementadores de dichos proyectos [Cerrón et al., 2017]. Un problema fundamental radica en el discurso: la forestación con pinos se vende como una práctica de siembra y cosecha de agua cuando, en realidad, el objetivo que más bien se busca puede ser la producción de madera [Bonnesoeur et al., 2018, 2019b]. El resultado ha sido que, aún sin la capacidad de demostrar una buena efectividad, iniciativas de gobierno a nivel local, regional, y nacional se han enfocado en promover la forestación con pinos basadas solamente en percepciones y no en evidencia [Andina, 2019].

La evidencia científica actual sobre los impactos negativos de las plantaciones sobre el ecosistema y la disponibilidad de agua es abrumadora [Bonnesoeur et al., 2019a], pero los resultados científicos parecen no penetrar tan fácilmente las arenas de decisión política y el imaginario colectivo. Los cambios de comportamiento en torno a la gobernanza de los recursos hídricos son difíciles de lograr a corto y mediano plazo [Zogheib et al., 2018]. Aun cuando los resultados derivados de los estudios científicos no han detenido los proyectos de forestación esparcidos por el Perú, esta controversia ha servido para desencadenar un debate entre los hacedores de política, los implementadores de proyectos, y los investigadores, llamando a tomar acción en la generación de evidencia que soporte los argumentos de ambos lados [SERFOR, 2016; SUNASS, 2017].

En una nota publicada el 9 de noviembre de 2018 en esta misma plataforma, Actualidad Ambiental, Simon Laflamme proporciona una exposición muy clara del impacto de especies exóticas de flora, como los pinos, y de fauna, como las truchas, sobre los servicios ecosistémicos de los Andes [Laflamme, 2018]. El autor expone resultados de artículos científicos publicados bajo revisión de pares en distinguidas revistas académicas internacionales. Aún así, la nota de prensa es bombardeada por comentarios, en la misma web y en redes sociales, por lectores que basan sus opiniones en percepciones y no en evidencia científica. El debate se pone más polarizado al tratar específicamente el caso de Granja Porcón como experiencia positiva, tal vez la única, de forestación con pinos en los Andes peruanos y que ha sido usada como escudo de campaña para intervenciones de forestación en varios contextos muy diferentes en la misma sierra peruana.

Foto: Andina

Por ejemplo, comentarios como “No hay ninguna evidencia de que en ese caso específico se haya [sic] producido déficits [sic] hídricos”, sugieren que dichos déficits no existen, mientras que la realidad es que para Porcón no hay evidencia en lo absoluto para soportar ninguna de las hipótesis. Otros comentarios como “También olvida que los Andes ecuatorianos y colombianos no son como los peruanos” ignoran el hecho de que a pesar de que sí existen diferencias entre el páramo, la jalca, y la puna, uno de los hallazgos científicos recientes, y que se menciona justamente en el artículo de Actualidad Ambiental, es que las tendencias de los impactos negativos trascienden ecosistemas [Ochoa-Tocachi et al., 2016a, 2016b]. Estos comentarios son un claro ejemplo de sesgo: uno tiende a dar más validez a lo que se le hace más fácil creer y está dentro de sus creencias previas.

Alex Edmans, de la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de Londres, se pregunta ¿Qué creer en un mundo postverdad? [Edmans, 2017]. “Uno solamente puede aprender cuando está realmente dispuesto a aceptar la posibilidad de estar equivocado”, afirma el investigador. En una muy ilustrativa charla TEDx, Edmans explora cómo el sesgo de confirmación -la tendencia a aceptar solamente información que soporta nuestras creencias personales- puede llevarnos por el mal camino tanto en redes sociales como en la política, y ofrece herramientas prácticas para encontrar evidencia en la que realmente se pueda confiar. En esta exposición se hace una distinción muy clara entre lo que es una historia, un hecho, un dato, una evidencia, y una prueba. “Las historias tienen un efecto poderoso sobre los seres humanos, a veces muy positivo por su carácter inspirador pero en otros casos pueden resultar en malas decisiones al ser tomadas como prueba de una hipótesis o creencia”, añade Zogheib. Poniéndolo en el contexto del debate sobre la forestación con pinos en los Andes:

  • Una historia no es un hecho, puede que no sea cierta. Por ejemplo, la equivocada propaganda y creencia de que los pinos son una especie nativa en los Andes, o de que sembrar árboles siempre va a dar más agua. Los árboles, al ser especies vegetales más grandes y de mayor metabolismo que los arbustos y herbazales, consumen más agua, lo cual es especialmente el caso de las especies de rápido crecimiento como los pinos o los eucaliptos.
  • Un hecho no siempre es un dato, puede que no sea representativo. Por ejemplo, Granja Porcón es una experiencia positiva, sí, pero aislada y depende de muchos otros factores además de la forestación. La estructura social de la comunidad local y su proceso de organización, gobernanza, y toma de decisiones han sido causas fundamentales para su éxito, algo que no se puede plantar tan fácilmente en otros sitios como se hace con los plantones de pino.
  • Los datos pueden no ser evidencia, si es que no soportan una hipótesis. Por ejemplo, los datos del monitoreo iMHEA muestran que hay impactos negativos sobre la disponibilidad de agua en cuencas con extensas plantaciones de pinos. En Porcón, el hecho de que no exista evidencia de impactos negativos no es porque realmente no existan dichos impactos, sino porque no existen datos para probar lo uno o lo otro. Lo ideal, en un caso como Porcón y en cualquier otra intervención en campo, es monitorear para generar evidencia sobre la hipótesis de la ausencia de impactos negativos, o incluso de la ocurrencia de impactos positivos.
  • Las evidencias pueden no ser pruebas, si es que no son universales. Al generar evidencia, pueden existir casos de estudio que reportan impactos positivos y otros que reportan impactos negativos. Para pasar a un nivel de generalización de conclusiones, uno evalúa, equipara, y contrasta ambos tipos de evidencia. Esto generalmente se hace a través de una revisión sistemática (systematic review) de estudios publicados [Bonnesoeur et al., 2019a].

“Eliminar percepciones equivocadas producto de los sesgos de confirmación (o negación) dentro del periodo de tiempo dado al tomador de decisiones es una tarea casi imposible”, advierte Zogheib. Entonces, el proceso de formulación de decisiones de gestión y gobernanza en recursos hídricos a partir de los datos disponibles sobre un fenómeno antropológico o natural tiene que tomar en cuenta una multitud de factores que influyen sobre los tomadores de decisiones: contexto socioeconómico, percepciones locales, dinámica política, redes de difusión de información. Por esto, es necesario un análisis muy amplio para determinar y entender el posicionamiento y la perspectiva de un actor involucrado en la toma de una decisión particular con el fin de que se equipare objetivamente la evidencia disponible al momento de tomar mejores decisiones. Considerar varios de estos factores psicológicos y sociales potencialmente mejorará muchas de nuestras decisiones en la gestión del agua.

 

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