Dourojeanni Opina

[Opinión] La importancia de los bosques para enfrentar inundaciones y aluviones

Bosques, inundaciones y aluviones

Escribe Marc Dourojeanni[1] / Profesor emérito de la Universidad Agraria de La Molina

En estos días en los que la Nación está lamiendo sus heridas provocadas por las  inundaciones y los aluviones, se observa una genuina voluntad nacional por hacer lo necesario para evitar que tanto sufrimiento se repita en el futuro. Pero, la experiencia indica que esa ventana de oportunidad va durar poco tiempo y, por lo tanto, es necesario aprovecharla para que se tomen las decisiones más importantes, que, en general, también son las menos populares. Entre muchas otras propuestas se ha mencionado reiteradamente que si las cuencas estuvieran cubiertas de bosques tanto las inundaciones como los aluviones serían más moderados. Eso es verdad, pero debe entenderse que reconstituir los bosques de las cuencas es una tarea gigantesca que requiere de un contexto complejo. Eso debe ser muy bien comprendido para evitar malgastar recursos y provocar más frustraciones. O sea, no se trata de salir plantando eucaliptos por aquí y por allí y creer que eso va a resolver alguna cosa.

En un pasado remoto, es probable que las porciones media y alta de las cuencas del flanco occidental del Perú estuvieran cubiertas de vegetación, en gran parte herbácea, pero incluyendo también amplios bosques de diferentes tipos. La vegetación, tanto la herbácea como la arbustiva y especialmente la arbórea, permite infiltrar en el suelo el agua de las precipitaciones que, a modo de esponja, la almacena y luego la suelta, limpia y fresca, a lo largo del año. En eso, los bosques actúan de forma equivalente a los oconales u ojos de agua de las praderas altoandinas. Además, la vegetación reduce la erosión superficial y otras formas más graves de pérdida de suelo, evitando que los sedimentos lleguen a los cursos de agua y formen aluviones. De presentarse en aquel entonces un fenómeno como El Niño, es seguro que los daños hubieran sido mucho menores.

O sea, lo sabio era preservar la vegetación natural hasta la actualidad. Pero el equilibrio fue roto. De una parte, los bosques fueron progresivamente eliminados mediante uso y abuso de fuego o para extraer madera, proceso que se incrementó en el último milenio y que alcanzó el paroxismo en los últimos dos siglos. De otra, la población aumentó mucho y se instaló en lugares que eran naturalmente influenciados por los fenómenos excepcionales periódicos. Hoy, como se sabe, las cortas y torrentosas cuencas occidentales andinas de la región central y sur poseen apenas minúsculos bosquetes residuales, miserables testigos de lo que fueron magníficas florestas llenas de vida. Las cuencas andinas occidentales de la región norte son mucho más amplias y menos torrentosas. Algunas de ellas aún conservan vegetación. Sin embargo, el maltrato milenario a que fueron sometidas también ha limitado mucho su capacidad de regular el flujo hídrico, lo que explica la intensidad creciente de las inundaciones.

Dado que los bosques naturales no existen más o están muy maltratados, las únicas opciones para obtener sus beneficios es restaurarlos donde eso aún es posible, o plantar bosques nuevos, es decir: reforestar. La restauración o rehabilitación de bosques es la primera opción y también la más económica pero posiblemente no sea viable en todo lugar donde es deseable tener bosque, pues depende del material genético disponible en el lugar. El primer paso para esa opción es evitar que se continúe destruyendo la poca vegetación forestal o natural que a duras penas subsiste en sectores remotos y accidentados de las cuencas costeras. Parece mentira pero la destrucción de esos relictos continúa a toda marcha, en todas las cuencas. Y eso es doblemente lamentable pues, si se les respetase, esas pequeñas manchas boscosas se expandirían lenta pero seguramente, a bajo costo, bastando protegerlas contra el pastoreo, la tala y las quemas. Declarar los últimos relictos forestales como áreas protegidas es una opción que, por sus dimensiones actualmente modestas e impacto local, debería ser una acción de nivel municipal.

Hay una modalidad de restauración de la vegetación forestal que merece mención especial para los ríos andino-costeros. Naturalmente esos ríos tenían una vegetación ribereña bien adaptada que incluía, en su parte alta, árboles como el aliso y, en su parte media y baja árboles como los sauces llorones, molle y densos rodales de caña brava y del arbusto pájaro bobo, entre muchas otras plantas. Estos bosques ribereños si bien conservados frenan los desbordes del río o los atenúan ya que, unidos a los depósitos aluviales, encajan o canalizan el lecho del río y encausan sus aguas. Además, evitan que los sedimentos que bajan de las laderas lleguen hasta el agua, quedándose atrapados en el enmarañado de raíces. Lamentablemente, casi todos esos bosques ribereños han sido destruidos para leña o para cultivar o, en el caso de la caña brava, son explotados en forma desordenada y exhaustiva.  Restaurar esos bosques es fácil y bastante rápido (pues disponen de humedad) si se les da la oportunidad. Basta con evitar que sean invadidos o talados. En diversos países es terminantemente prohibido cortar la vegetación ribereña bajo pena de cárcel. En esos países el ancho de la faja de vegetación que no debe ser cortada es proporcional al ancho del río y resulta en fajas defensivas importantes que los mantienen debidamente encausados. Aplicar una ley de ese tipo en el Perú sería de gran provecho para las tres regiones naturales.

Si restaurar bosques es inviable porque ya no quedan ni rastros de ellos, como en gran parte de la vertiente occidental central y sur de la Sierra, la única alternativa que resta es la reforestación. Pero reforestación es un concepto muy amplio que abarca una gran gama de opciones, modalidades y objetivos. Hay plantaciones forestales para protección y otras para producción de madera o frutas, aunque la mayoría son mixtas en una proporción u otra. En general las que son esencialmente protectoras son de crecimiento lento, como cuando se usa quishuar o kcolle, mientras que las productoras, por ejemplo eucaliptos y pinos, son más rápidas. Especialmente hablando de moderar los impactos de las precipitaciones en los Andes no se trata de plantar árboles en terrenos planos y/o fértiles, que deben reservarse para la agricultura aunque se debe recordar que los árboles, como cualquier planta, crecen mucho mejor y más rápidamente si el suelo es de buena calidad. Por eso debe estudiarse muy bien dónde y qué plantar en función del beneficio-costo, incluyendo en este cálculo el valor de los desastres evitados. Debe recordarse, además, que las plantaciones forestales son acciones de medio y especialmente de largo plazo. Se planta hoy para beneficio de la próxima generación y en especial para las subsiguientes. También hay que aclarar que, para ser útil, la reforestación de una cuenca debe tener dimensiones mínimas por bajo de las cuáles no tendrá mayor significancia. Ese mínimo depende de la realidad de cada cuenca y no hay fórmulas preestablecidas.

Cualquier iniciativa de restauración  de bosques o de reforestación debe insertarse en un plan de manejo de cuenca[2] con una autoridad coordinadora de usos de la tierra y del agua y de las acciones para reconstituir la capacidad de la cuenca de retener agua, mantenerla y mejorarla. Eso implica diseñar y ejecutar un programa de largo plazo y, obviamente, instalar el mecanismo financiero que va a tornarlo realidad. El repoblamiento forestal tendrá mucho espacio en ese programa donde deberá ir acompañado y asociado a muchas otras medidas como el manejo de la ganadería y de los pastos, múltiples obras de almacenamiento e infiltración de agua, control de uso de fuego, mejores técnicas de riego, etc. Existe mucha experiencia en el Perú sobre esas técnicas[3] pero los programas que las desarrollaron nunca recibieron el apoyo, la amplitud y la duración suficientes para convertirse en éxitos plenos.

Y así como la conservación de bosques y la reforestación deben insertarse en planes de manejo de cuencas hidráulicas, estos deben ser parte de una política general de uso de la tierra, desarrollo agrario y prevención de desastres, que incluye todo lo que este autor y tantos otros han dicho y repetido desde hace décadas[4] pero que nunca se ha realizado en forma coherente ni sostenida. Se hace referencia, obviamente, a cumplir las leyes que prohíben asentamientos humanos o uso de tierra en lugares de riesgo, que son bien conocidos y, obviamente, castigar a las autoridades que los fomentan, facilitan o que simplemente los permiten. Igualmente se trata de financiar adecuadamente los sistemas de investigación científica sobre fenómenos climáticos y otros conexos, los de prevención y alerta temprana y claro, la construcción de las obras de ingeniería que se demuestra son indispensables. Y, hablando de obras, éstas deben ser construidas llevando en cuenta evitar crear nuevos problemas ambientales además de prever que los fenómenos climáticos extremos serán cada vez más intensos y frecuentes.

En resumen, el cuidado de los bosques remanecientes, su ampliación y las diversas oportunidades que ofrece la reforestación son parte fundamental de cualquier intento serio de evitar la repetición de las tragedias vividas. Pero, para ser realmente beneficiosas, esas medidas deben estar estrechamente coordinadas con muchas otras intervenciones que, en su conjunto, constituyen el manejo de las cuencas que a su vez deben ser parte de una política nacional previsora, sensata, sostenida y, obviamente, honesta.

 

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[1] Ingeniero Agrónomo, Ingeniero Forestal, Doctor en Ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria. Fundador y primer presidente de Pronaturaleza.
[2] Dourojeanni, Axel 1994 “La gestión del agua y las cuencas en América Latina” Cuadernos de la CEPAL, Santiago pp.111-127 (http://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/11953/053111127_es.pdf)
[3] Vasquez, Absalon 2000 Manejo de cuencas altoandinas, Lima UNALM (http://agris.fao.org/agris-search/search.do?recordID=US201300067058)
[4] Ver notas editoriales de Marc Dourojeanni: “Huaycos, aluviones y responsabilidad ambiental” (La República del 8 de diciembre de 1982) y varios capítulos de “Si el Árbol de la Quina Hablara…” (1988, FPCN, Lima)


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