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[Opinión] Bolsonaro y el fuego amazónico | Por Marc Dourojeanni

Escribe Marc Dourojeanni | Profesor Emérito de la Universidad Agraria La Molina

 

 

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se ha convertido en el enemigo público más connotado, descontrolado y empecinado que el ambiente brasileño y amazónico han soportado. Pero es necesario ser claro en el sentido de que hubo a lo largo de la historia muchísimos gobernantes que tomaron decisiones con consecuencias peores para esa región que las del vociferante presidente tropical. Ejemplos, entre otros, son los militares brasileños que construyeron la Transamazónica atravesando territorios indígenas a sangre y fuego o el presidente Fernando Belaúnde del Perú que inventó la “Marginal de la Selva”, la cual perjudicó territorios indígenas ancestrales. Sin embargo, paradójicamente, Bolsonaro se puede estar convirtiendo en el mejor y más efectivo motivador de activismo en favor del ambiente y de la Amazonía.

Como es bien sabido, desde que asumió la presidencia, Bolsonaro y su ministro del Ambiente, el abogado Ricardo Salles, han declarado una guerra total al ambiente, afirmando que no existe ningún problema ambiental en Brasil o en el mundo, que solo importa el desarrollo económico y, desencadenando ataques diarios contra la administración ambiental y científica de su propio Gobierno, a las que han desmontado con rapidez y eficiencia.

Muchos otros gobernantes de esta región pensaban lo mismo y actuaron en consecuencia, prueba de lo cual es el estado lamentable del ambiente y del patrimonio natural en toda América del Sur y especialmente en la Amazonía, que ya perdió un quinto de sus bosques naturales. Pero, a diferencia de Bolsonaro, fueron hipócritas y, mientras contribuían activamente a destruir los recursos naturales se callaban o, peor, alardeaban de que los conservaban bien y mejor que otros. Solo protestaban los entendidos siempre ignorados mientras que la mayoría aplaudía. Entonces, una primera conclusión es que el mandatario brasileño es honesto consigo mismo. Dice lo que piensa.

Su desquiciado odio exhibicionista por la temática ambiental, en especial con relación a la Amazonía, han creado un verdadero y demoledor tsunami de opinión pública que ya lo convirtió en el villano número uno del ambiente mundial y que, lamentablemente, está arrastrando en sus turbias y espumosas aguas a Brasil, país que no merece esa suerte pues, aunque gran destructor de bosques, es uno de los que en esa región más protege áreas naturales y tierras indígenas. La gigantesca onda de opinión pública ha obligado a los siempre oportunistas miembros de la cúpula política mundial a manifestarse y gracias al cúmulo de dimes y diretes, como las olas que van y vienen al no encontrar donde desembocar, así han replicado el tema en millones de ecos, pero con tonos distintos. Jamás se habló tanto del ambiente y, en especial, jamás se habló tanto de la Amazonía. Tiempo atrás hubo manifestaciones, por ejemplo, en Washington, para protestar por la deforestación de Rondonia o de la isla de Kalimantan. Pero jamás antes hubo tantas y tan grandes manifestaciones públicas como las actuales. Nunca antes la internet y sus vericuetos mencionaron tanto el nombre “Amazonía”. Jamás se discutió y escribió tanto… y tantas tonterías también, sobre esa región.

En efecto, gran parte del tal tsunami es típicamente lo que hoy se conoce como fake news. Lo que está ocurriendo en la Amazonía no escapa de lo usual y, si no fuera el comportamiento carnavalesco, antipático y agresivo de Bolsonaro, apenas habría merecido algunas notas en la prensa mundial. Todos los años, desde la década de los años 1950, se prende fuego en la Amazonía. Se prende fuego a la madera derrumbada cada año para abrir chacras, ya más o menos seca y; a los residuos agrícolas y a los pastos viejos y degradados, para renovarlos. Todos los años se “incendia” la llamada frontera agropecuaria-forestal. Hubo periodos, en el Brasil, en que la deforestación y las consecuentes “quemadas” fueron mucho más importantes que en 2019. Y aunque este año se observa un repunte de deforestación y fuegos detectados, lo que ocurre hasta el presente momento está dentro del promedio de las últimas dos décadas.  La actual ministra de Agricultura del Brasil inventó una útil diferencia entre “incendio” y “quemada”. Según ella incendios ocurren en los bosques, naturales o cultivados y, quemadas, ocurren en las chacras o en los pastizales. Lo que falta complementar en su definición es que gran parte de las chacras que se queman son nuevas, es decir donde el bosque primario o secundario fue derrumbado pocos meses antes. O sea, lo realmente importante en términos de Amazonía, es la deforestación. La deforestación es la enfermedad. Los fuegos son apenas su síntoma más evidente.

Pero, en la vorágine de informaciones provocada por Bolsonaro, se ha englobado de todo. Por eso, la diferencia entre “incendio forestal” y “quemada” es importante. Si bien en principio no hay incendios en el bosque tropical húmedo, eso sí se produce y ya ocurrió sobre grandes extensiones en Brasil en años o periodos extremamente secos. También se ha constatado en tres oportunidades, en Madre de Dios, principalmente en bosques ya intervenidos o degradados por extracción maderera. Asimismo, al tratar de diferenciar “quemadas” de “incendios” debe llevarse en cuenta que las primeras, aunque se confinen a un espacio deforestado, impactan tremendamente en los bosques que no fueron derrumbados y que rodean los espacios abiertos por los agricultores, sumando áreas significativas que además quedan predispuestas a nuevos fuegos. De otra parte, la Amazonía no es homogénea, dentro de ella hay grandes áreas aisladas de cerrado, por ejemplo en Amapá, muy similares a las que dominan el centro-oeste del Brasil -que no es bioma amazónico- y esos son bosques que se queman periódicamente, sin necesariamente morir, y también hay otros ecosistemas susceptibles a fuegos periódicos, prácticamente praderas, en el norte de la Amazonía y en el sur de la misma, en Bolivia, como en la llamada Chiquitanía, que es un ecotono entre la Amazonía y el Chaco. Es decir, sí existen incendios, además de quemadas. Pero, es verdad que las informaciones y material gráfico vehiculados en medios internacionales incluyen enormes extensiones de puro cerrado, como en gran parte de los estados de Tocantins y Mato Grosso y hasta involucran partes del Pantanal y del Chaco paraguayo donde los incendios son frecuentes.

En conclusión, el tema es muy complejo y no cabe a políticos, periodistas y ecologistas aficionados, que nunca pusieron un pie en la Amazonía y que tampoco acostumbran leer artículos científicos. Menos aún deberían hablar con tanta desfachatez de lo que no saben. Por eso, una sesión de discusión del G7, es decir de los gobernantes más poderosos del planeta, sobre los incendios en la Amazonía viró una payasada. Y, como era de esperarse, concluyeron que hay que “apagar incendios en la Amazonía” que no existen ni remotamente en la escala que creen y en “reforestar las áreas quemadas”, olvidando que fueron deforestadas para poner pastos y vacas, soya o panllevar. También, ya al nivel de Brasil, los gobernantes concluyeron que hay que enviar miles de soldados a combatir el fuego en lugar de enviarlos a combatir la deforestación. O sea, fuegos de artificio apenas para hacer creer que van a hacer algo.

[OPINIÓN | Jair Bolsonaro y el ambiente | Escribe Marc Dourojeanni]

Como era de esperarse con personajes de la calaña de Bolsonaro, él pretende justificar su comportamiento reviviendo toda clase de teorías conspiratorias, como la supuesta intención de los países desarrollados de colonizar o, por lo menos, de “internacionalizar” la Amazonía y la procura de esos países por los fabulosos tesoros ocultos en esa región, los que curiosamente él mismo ofrece, sin muchos requisitos, a cualquier inversionista dispuesto a extraerlos. También, por cierto, ya insinuó que toda esa preocupación por la Amazonía es apenas una pantalla para evitar la inclusión de Brasil en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) lo que según él podría empeorar la situación de los agricultores europeos. Llegó al extremo de decir, obviamente sin prueba alguna, que fueron las organizaciones no gubernamentales ambientalistas las que habían colocado fuego en los bosques, despechados por el corte de los fondos internacionales obstaculizados por su Gobierno. Lo que es extraordinario es que ha sido demostrado que, en efecto, ha habido un grupo organizado de hacendados, comerciantes, invasores de tierras y mineros ilegales que, realmente, se confabularon para provocar fuegos por todo lado en dos municipios amazónicos del Estado de Pará.

El hecho que se desea resaltar es que, nunca antes en la historia, se habló tanto y tan concentradamente de la Amazonía. Desde que Bolsonaro declaró la guerra al ambiente, la televisión brasileña dedica un veinte por ciento de todos sus noticiarios y paneles de discusión al ambiente y en especial a la Amazonía y lo propio ocurre en todos los canales de televisión del mundo. Ningún gran periódico o revista y radio deja de tratar del asunto y, como ya dicho, cada ciudadano de cualquier país de mundo, usando las redes sociales, ha decidido declarar su apoyo a la causa amazónica o, por lo menos, expresar su opinión sobre el tema. Esta gigantesca cacofonía, aunque sin entender realmente el problema, tiene la virtud de crear conciencia ambiental. Moviliza, como nunca se logró antes, a niños y jóvenes, obliga los adultos a asumir una posición y, conmueve a los viejos, que nunca antes pensaron mucho en las selvas.

No se duda que, si Bolsonaro se queda quieto, dentro de pocos meses el asunto de los fuegos amazónicos va a salir de escena. Así salieron antes las campañas de Brigitte Bardot para proteger las focas, la reacción mundial al desastre del Torrey Canyon y tantas otras surgidas por causas ambientales. Pero nadie podrá más borrar de las neuronas de los ciudadanos la imagen de la Amazonía en llamas y seguramente por eso en el futuro será más fácil influenciar políticos a tomar mejores decisiones, otorgar recursos para su conservación y a aprobar leyes que le sean más favorables.

Es decir, Bolsonaro, en contra de sus propósitos, quizá esté haciendo un servicio a la humanidad, creando voluntades para luchar por hacer mejor las cosas para asegurar un futuro más seguro para la humanidad.

 

 

 

 

 



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