El multilateralismo como antídoto ante el egoísmo global: el tratado sobre plásticos
- «Las actuales negociaciones del tratado sobre plásticos podrían sumarse al legado del multilateralismo ambiental. Si no lo logramos, el costo será alto: más producción y consumo de plásticos, más microplásticos en los océanos, más riesgos para la salud, y menos oportunidades para que las generaciones futuras vivan en un planeta sano».
miércoles
13 de agosto, 2025

Foto: UNEP

Escribe: Isabel Calle / Directora ejecutiva de la SPDA
En un momento en que el unilateralismo y el interés nacionalista vuelven a levantar la cabeza, con discursos como “yo primero” o “América para los americanos”, es necesario recordar que los desafíos globales requieren respuestas compartidas. Este espíritu es imposible de plasmar sin el multilateralismo, que busca que los países asuman responsabilidades compartidas y trabajen juntos para lograr objetivos que ningún país podría alcanzar por sí mismo ante problemas que afectan a todos y todas. El multilateralismo es más que un ideal: es una necesidad de supervivencia.
Lo que está en juego en Ginebra, donde actualmente se viene negociando la aprobación del tratado global de plástico, es mucho más que el manejo de residuos plásticos, es una prueba para saber si la comunidad internacional es capaz de pasar del compromiso a la acción colectiva.
Este proceso no surge de la nada: es heredero de la arquitectura internacional que comenzó a consolidarse en la Cumbre de Río de 1992, donde se sentaron las bases del derecho ambiental. De ahí nacieron instrumentos como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, el Convenio sobre la Diversidad Biológica y la Agenda 21, que mostraron que, cuando hay voluntad, los acuerdos multilaterales pueden lograr avances concretos en desafíos que parecían imposibles.
Pero hoy, las negociaciones del tratado sobre plásticos buscan sumarse a ese legado. Si no lo logramos, el costo será alto: más producción y consumo de plásticos, más microplásticos en los océanos, más riesgos para la salud y la seguridad alimentaria, y menos oportunidades para que las generaciones futuras vivan en un planeta sano. La historia muestra que cuando los países no alcanzan acuerdos vinculantes, los problemas se agravan y las soluciones se encarecen con el tiempo.
Pero no es fácil. En las sesiones se respira tensión. Más de 170 países y organizaciones de la sociedad civil impulsan que el texto incluya límites concretos a la producción de plásticos, reconociendo que el problema no se resolverá si seguimos fabricando más y más material que, en gran parte, termina como residuos. Del otro lado, potencias petroleras y la industria petroquímica buscan reducir el debate únicamente a la gestión de los residuos sólidos el reciclaje, evitando compromisos que reduzcan la producción.

Foto: UNEP
Esta resistencia no es casual: alrededor del 99 % de los plásticos se fabrican a partir de combustibles fósiles (principalmente petróleo y gas natural). Esto significa que cualquier límite serio a la producción de plásticos afecta directamente a la demanda de hidrocarburos, y con ello, a los ingresos y modelo de negocio de las empresas petroleras y petroquímicas.
En los últimos años, la transición energética y la reducción prevista en la demanda de combustibles para el transporte se han acelerado por el crecimiento del sector de vehículos eléctricos . En 2024, más de 17 millones de autos eléctricos fueron vendidos en todo el mundo, un aumento superior al 25 % respecto al año anterior, lo que representó a que, de cada 5 autos vendidos, uno era eléctrico. Se estima que en 2025 las ventas superen los 20 millones, alcanzando a una cuarta parte del total de autos vendidos globalmente. Este creciente desplazamiento hacia la movilidad eléctrica tiene un efecto directo sobre el consumo de petróleo: en 2024, la flota de autos eléctricos desplazó más de 1 millón de barriles diarios de consumo de crudo.
El efecto es claro: cuanto más rápido se expanda el uso de vehículos eléctricos, mayor será la presión sobre la demanda de combustibles fósiles utilizada para fabricar plásticos derivados del petróleo. Por ello, muchas empresas petroleras han encontrado en la producción de plásticos un mercado clave para mantener su rentabilidad. Este vínculo explica por qué ciertos países productores de petróleo, como Arabia Saudita o incluso Estados Unidos, buscan que el tratado no toque la fase de producción y se concentre en soluciones como mejorar el reciclaje o la gestión de residuos.
El riesgo de este enfoque es claro: si no reducimos la producción en la fuente, cualquier mejora en reciclaje será insuficiente frente al crecimiento exponencial de plásticos en el mercado. La ciencia es clara: la contaminación por plásticos se ha triplicado en las últimas décadas y que, de seguir esta tendencia, para 2050 habrá más plásticos que peces en los océanos en peso. Reciclar es necesario, pero no suficiente. Es necesario enfocarnos en la producción.
En un mundo interconectado, donde las crisis ambientales no reconocen de fronteras, es vital que nuestros gobiernos no solo participen en estas negociaciones, sino que se comprometan a ratificar y cumplir un tratado robusto. El multilateralismo es la única vía para frenar la tendencia de priorizar el interés particular sobre el bienestar colectivo, nuestra herramienta más realista para dejar atrás el egoísmo y afrontar juntos los retos que no reconocen fronteras.
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