Pampa Galeras: la reserva donde la vicuña se salvó de la extinción

  • La siguiente crónica destaca el trabajo de los guardaparques de esta área protegida donde se recuperó la población de la especie de fauna que figura en nuestro Escudo Nacional.

miércoles

10 de septiembre, 2025

Foto: Sernanp

Escribe: Guillermo Reaño / Grupo Viajeros

 

En las punas de Pampa Galeras, Ayacucho, sobre los cuatro mil metros de altura, se echó a andar la historia del cuerpo de guardaparques del Perú. Esa epopeya la ha narrado Marc Dourojeanni en los libros donde da cuenta del camino recorrido por el conservacionismo peruano en cada una de nuestras áreas naturales protegidas. Sobre esos parajes donde pacen los hatos de vicuñas más numerosos de nuestro país, el Estado creó en 1967 la Reserva Nacional Pampa Galeras, que años después modificó su nombre por el actual: Reserva Nacional Pampa Galeras-Bárbara D’Achille, en reconocimiento al trabajo de la desaparecida periodista ambiental. Hasta ese fin del mundo llegamos para hablar con dos de sus guardianes, los guardaparques Angélica Mondragón Contreras, de Chalhuanca, Apurímac; y Héctor Sosaya Ochoa, comunero de Lucanas, en Ayacucho.

Una tierna historia de amor filial

Son las cinco de la mañana y la temperatura indica que estamos a menos ocho grados centígrados. El frío arrecia mientras Mariana, la hija de la guardaparque Angélica Mondragón, nos va contando que las vicuñas viven en pequeños grupos bajo la protección de un macho que se dedica todo el tiempo a cuidar el territorio de los miembros de su familia. Nos hemos detenido en un pequeño promontorio sobre una pampa interminable para observar el cerco humano, el chaccu, que los guardaparques de la reserva y los comuneros de Lucanas están haciendo para atrapar a las vicuñas de este sector de Pampa Galeras para llevar a cabo la inspección sanitaria de rigor.

Mariana tiene apenas siete años y vive y estudia en una escuela unidocente en el puesto de vigilancia que el Estado construyó hace más de cincuenta años para manejar apropiadamente las poblaciones del grácil animalito que los peruanos incluimos hace doscientos años en nuestro escudo patrio.

Angélica es bachiller en medicina veterinaria y antes de ser guardaparque oficial fue voluntaria en esta misma área natural protegida. Un docente de su universidad le habló de la posibilidad de hacer un voluntariado de tres meses por aquí y, como quien no quiere la cosa, aceptó el encargo.

A las pocas semanas de llegar, mientras realizaba un patrullaje de rutina, se dio de bruces con la triste realidad de la cacería furtiva: encontró una cría desconsolada de una guanaca muerta a balazos y tasajeada en plena puna. Ese día, muy adolorida y confundida, decidió dedicar sus días a la conservación de la naturaleza.

El tiempo pasó, tuvo que retornar a Chalhuanca donde nació su niña, pero el amor a las vicuñas que había conocido y cuidado en Pampa Galeras la hicieron volver. Desde hace tres años es guardaparque oficial en estos parajes tan duros y realiza su trabajo viendo a su hija crecer en medio de la naturaleza. «Mi profesión y el ser mujer —confiesa— me ayudan a comunicarme con las comunidades; la gente me respeta, saben que con una mujer es mejor dialogar. Soy la encargada de llevar adelante las capacitaciones en sanidad y bienestar animal, educación ambiental y todo aquello que signifique empoderamiento de las comunidades en el manejo apropiado de sus vicuñas». Y en todas las actividades participa Mariana, su hijita, una aplicada aprendiz de bióloga.

«Soy feliz en Pampa Galeras —concluye—, me gusta el mundo de la conservación y pasar mi vida aquí. Mi hija comparte las vivencias de los guardaparques; ellos son como mis hermanos y me ayudan a darle una buena educación. Me encantaría que la vida me dé los años suficientes para ver que el trabajo que estamos haciendo sirvió para recuperar las poblaciones de vicuñas de nuestro país y que mi hija continúe mi legado». Mariana la mira y entiende perfectamente que así va a ser, la niña ha sido ganada para la ciencia y el cuidado de la naturaleza. Los guardaparques del puesto donde se forjaron los primeros guardaparques del Perú también lo saben.

«Desde el primer curso de guardaparques, en 1965, que nos tocó dirigir a Paul Pierret y a mí, les dijimos a esta primera promoción que el trabajo iba a ser duro, pero que valdría la pena. Lo harían por el país, por sus hijos, por el futuro. Esta idea la siguieron transmitiendo nombres como Pedro Vásquez, Manuel Ríos y Augusto Tovar, en los cursos siguientes, y ha calado hondo en el cuerpo de guardaparques del Perú».
Marc Dourojeanni

Angélica Mondragón y Hernán Sosaya, guardaparques de la Reserva Nacional Pampa Galeras Barbara D’Achille. Foto: Grupo Viajeros

El hombre de las vicuñas

Nadie sabe tanto de las vicuñas como este servidor público de 52 años, 29 de los cuales los ha dedicado al cuidado de la emblemática especie en Pampa Galeras, su tierra natal. Cuando los jóvenes de su comunidad se veían obligados a migrar hacia la costa debido a la violencia del terrorismo, un jovencísimo Hernán Sosaya fue reclutado por un organismo del Estado para trabajar en la recuperación de las poblaciones de vicuñas en un momento en el que las comunidades por primera vez se hacían propietarias del recurso.

«En esas circunstancias, a mediados de la década de los años noventa —relata—, fui aprendiendo todo el proceso de la utilización de la vicuña, desde censar sus poblaciones hasta la transformación de su finísima fibra. Puedo decir con seguridad que no hay nada del manejo de este camélido sudamericano que no lo haya aprendido».

Como él mismo lo dice, Pampa Galeras es la universidad mundial de la vicuña. Y ahora él, el inquieto comunero que nació y creció en estas tierras que rozan y a veces superan con creces los cuatro mil metros de altura, es su más notable profesor, su catedrático más enterado.

Todo lo que el guardaparque Sosaya aprendió de los que lo capacitaron lo ha sabido poner en manos de las comunidades que se benefician de la comercialización de la fibra de lo que llama con razón «el oro andante de los Andes», la vicuña de la altiplanicie de nuestro país.

«Por supuesto que me siento parte de la historia de la recuperación de un conocimiento ancestral que se estaba perdiendo», concluye. «Claro que me siento orgulloso de ver que el dinero que las comunidades obtienen por su trabajo con las vicuñas se transforma en maquinaria y herramientas que mejoran la agricultura de la población y generan mejores condiciones de vida para mis vecinos».

Y oportunidades para todos, don Hernán, gracias por tanto.

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* El texto pertenece al libro Guardianes, crónicas de guardaparques en el Perú, publicado en mayo de 2025. Descarga el libro aquí.

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